Tlalpujahua de Rayón, el pueblo que resplandece en el tiempo
A 134 kilómetros de la ciudad de Morelia, Michoacán, se ubica un sitio que alcanzó su incorporación como Pueblo Mágico en 2005. Se trata de Tlalpujahua de los Rayón, una hermosa localidad michoacana, heredera de un pasado que conjunta tradiciones prehispánicas, laboriosidad minera, bonanza económica y tragedias, pero que en las últimas décadas se he erigido como un sitio donde recobrar la ilusión navideña gracias a la producción de esferas artesanales de vidrio soplado.
En esta nota, hacemos un breve repaso histórico sobre este pueblo y su transformación en sitio turístico de corte internacional.
Fundación de Tlalpujahua
Tlalpujahua es un sitio privilegiado: está rodeado por bosques mixtos de coníferas, arroyos y manantiales de aguas termales. La región fue ocupada por mazahuas y otomíes lo que la ubicó en la frontera entre los imperios purépecha y mexica. Por ella, hubo gran resistencia nativa para defenderse de los invasores que ambicionaban sus recursos naturales. A partir de 1460, quedaron bajo el dominio de los purépechas.
A la llegada de los españoles, la localidad se convirtió en parte de la encomienda otorgada a Gaspar de Ávila Quiñonez y sus habitantes fueron evangelizados por los franciscanos. La existencia de los yacimientos de oro y plata sobre los que estaba asentada la región hizo que el territorio quedara regulado completamente por españoles.
El pueblo minero
Tlalpujahua es uno de los sitios que fue testigo del auge y declive de la minería a lo largo de los siglos. La explotación empezó en 1558 con el descubrimiento de una rica veta de plata llamada San Juan, que le otorgó al sitio el título de Real de Minas, es decir, un centro urbano que congrega varias explotaciones mineras.
Eventualmente, el aprovechamiento de las vetas Coronados, Borda, Verde, Negra y Nueva, durante los siglos XVI y XVII hicieron que Tlalpujahua ocupara el primer lugar mundial de extracción de oro durante el Virreinato. La extracción de metales tuvo una baja hacia el siglo XVIII, lo que motivó que se abrieran nuevas minas hacia 1733 y el último yacimiento fue descubierto en 1899, se trata de la mina Dos Estrellas.
Conforme la extracción de minerales prosperaba, la localidad comenzó a tomar forma para congregar a los núcleos de población indígena, mulata y española. Hubo que construir entonces edificaciones religiosas, algunas de las cuales reflejan la opulencia de la época. A las capillas levantadas en el siglo XVI, Santiago Puxtla, Señor del Monte, Barrio de Arriba y Señor de los Zapateros, se sumaron las de los barrios de San Lorenzo, Los Remedios y Nuestra Señora del Carmen, patrona del pueblo.
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La minería también experimentó un cambio con la introducción de la cianuración como método de extracción mineral. Esto provocó un impacto ambiental significativo debido a la acumulación de desperdicios, conocidos como lamas, que contaminaban los ríos. Las quejas de los agricultores llevaron a cambios en la disposición de estos desechos hacia las márgenes de los acuíferos.
Bonanza y tragedia
Una de las etapas más productivas de la minería en México está relacionada con la Compañía Minera Dos Estrellas. Fundada en 1898 por François Joseph Fournier, esta empresa se convirtió en un referente de la minería a nivel internacional.
Sin embargo, el 27 de mayo de 1937, un desastre marcó su legado. Tras días de intensas lluvias, la presa de desperdicios que contenía las lamas colapsó y se precipitó sobre una extensión considerable del pueblo, sepultando a más de 300 personas bajo millones de toneladas de escombro.
Este evento, además de transformar el paisaje bruscamente, trastocó la actividad que hasta entonces era el eje económico y social de la región. El gobierno estatal intervino en los conflictos entre los trabajadores y la minera, transformándola en una cooperativa. Sin embargo, debido a deudas y conflictos internos, en 1959 se cerraron las últimas minas, marcando el fin de un ciclo económico y social en Tlalpujahua y orillando a sus habitantes a migrar o encontrar otra forma de subsistir.
Las esferas de Tlalpujahua
A medida que la industria minera declinaba, Tlalpujahua tuvo el acierto de reinventarse a sí mismo como un destino turístico, aprovechando su pasado minero como principal atractivo turístico. Las antiguas minas se convirtieron en museos en donde se narra la historia de la extracción de minerales, las actividades de los mineros y anécdotas relacionadas a la tragedia del 37.
Otro de los distintivos de Tlalpujahua es su producción de esferas artesanales navideñas. Se cuenta que esta práctica comenzó con la familia Muñoz Ruiz, migrantes que aprendieron la técnica del vidrio soplado en Estados Unidos y cuyo oficio enseñaron a sus paisanos al regresar a su natal Tlalpujahua.
La feria anual de la esfera, que va de octubre a diciembre, congrega unas ciento ochenta familias locales que venden aproximadamente veinte millones de esferas, además de otros productos como artesanías de vidrio soplado, popotillo y arte plumario, éste último con raíces en prácticas prehispánicas.
En la actualidad, gran parte de los ingresos de Tlalpujahua provienen del turismo y las diversas actividades que se dedican a su promoción. Los festivales, como el Internacional de Cine Fantástico, Terror y Ciencia Ficción o La Marcha de las Bestias, sumado a la belleza paisajística de su imagen urbana y los bosques cercanos a los cuales llega la mariposa monarca, han logrado transformar la dinámica económica del pueblo. En palabras de su cronista, Rafael Guerrero, Tlalpujahua es “el pueblo que se negó a morir porque tuvo voluntad para rehacer su vida…”.
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