El principito y sus metáforas: las frases más entrañables
El principito es una de las más hermosas obras creadas de todos los tiempos. Antoine de Saint Exupéry, su autor, fue un experimentado aviador de la Fuerza Aérea de la Francia Libre que luchó contra la Alemania nazi y esta obra pareciera una premonición de su desaparición en julio de 1944, al pilotar su avión P-38 Lightning.
Quizás podríamos imaginar que fue él mismo aquel aviador varado en el desierto sin gasolina que se encontró con un pequeño príncipe de otro planeta que le dio, por medio de metáforas, las más hermosas claves para mirar esta breve y hermosa vida con los ojos del alma. Para valorar lo simple y lo ordinario de aquellas costumbres y hábitos que nos unen a nuestros seres queridos y que —aunque a veces no alcanzamos a comprender— podemos sentir, para vibrar con ellos en el milagro de estar en el presente, disfrutando el aquí y ahora.
A continuación, analizamos las metáforas de algunas de las más hermosas frases de El principito, un hermoso libro que no puedes perderte.
[…] Las personas mayores nunca comprenden nada por sí mismas y resulta cansado para los niños tener que darles siempre explicaciones. (Cap. I)
Saint Exupéry nos muestra a un pequeño príncipe que vive dentro de cada uno de nosotros, que suele aparecer en los momentos más difíciles, como cuando nos sentimos solos en medio del desierto afectivo.
Algunos lo llaman inconsciente y otros, “niño interior”, quizás también podríamos llamarle “nuestra alma”. La realidad es que es sólo este pequeño príncipe el que no es maquiavélico, que no ve las cosas como buenas ni malas, sino que percibe las cosas con amor, sin juicios, y las disfruta en toda su esencia. Se trata de una habilidad que vamos perdiendo cuando crecemos y valoramos más el cómo deberían ser las cosas, en vez del cómo son ahora mismo, perfectas en su esencia.
— […] El cordero que quieres está aquí dentro […]
—¡Es exactamente lo que yo quería! […] (Cap. II)
Aquel aviador que cae en el desierto y se queda sin gasolina comienza a jugar el juego de este pequeño niño príncipe que todo lo mira con ilusión, pero que al tiempo sabe perfectamente lo que quiere y necesita. Así que le pide al aviador que le dibuje un cordero, mas rechaza todos los corderos que éste le dibuja, hasta que el viajero dibujante comprende algo y le dibuja una caja. Una caja donde el principito puede imaginar que el cordero está dentro, creando él mismo al cordero ideal, que sólo puede existir en ese espacio que bien podría ser nuestra mente.
El mundo será exactamente como lo queremos hasta que logremos darnos cuenta de que nuestro cerebro, nuestra mente es la caja, y que todo aquello que deseamos en perfección, primero debe existir dentro, debemos ser capaces de verlo, de imaginarlo, para así poder darle vida.
— […] ¿De qué planeta vienes? (Cap. III)
El principito narra el viaje del aviador desde su lejano planeta hasta llegar a la Tierra, en el cual se encontró con diversos personajes, cuya cualidad era que “cada uno vivía en su propio planeta”, es decir, “cada uno vivía encerrado en su propio mundo” y ninguno comprendía muy bien al principito.
Quizás Saint Exupéry quería que comenzáramos a mirar cómo “cada cabeza es un mundo”, pero de esa forma tan particular como lo hace el principito: sin juzgar, sin necesariamente coincidir, sólo aprendiendo del cómo el otro vive su existencia, dejándolo ser y siendo, continuando nuestro camino si no hay más que hacer, porque “si nos encontramos será hermoso y si no, no puede remediarse”.
No sabía él que para los reyes el mundo es muy simple. Todos los hombres son sus súbditos. (Cap. X)
Para los vanidosos, los otros hombres son sus admiradores. (Cap. XI)
A veces, el mejor de los aprendizajes durante el encuentro con los otros es darnos cuenta de qué rol jugamos en la historia de ese otro, porque cada uno cree que es el personaje principal de su propia historia, de ese cuento que todos nos contamos a nosotros mismos para darle sentido a nuestra existencia.
Entonces, si jugamos a ser príncipes o princesas, de esos que no dudan de ser herederos por naturaleza del reino de la realidad, quizás podríamos jugar como niños a ser súbditos o admiradores de los otros, sin dejar de ser reales o parte de la “realeza del ser”, como todo rey o reina, los elegidos de nuestro dios personal; compasivos como tales, deseando que el otro sea feliz y sabiendo siempre que jamás perderemos lo que nos corresponde por derecho divino.
—¿Y qué es lo que haces con las estrellas…?
—Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez —dijo el hombre de negocios—. Es difícil. ¡Pero soy un hombre serio! (Cap. XIII)
A veces nos tomamos la vida tan en serio que dejamos de jugar como lo hacíamos de niños. Olvidamos que los ciclos se repiten una y otra vez, y que nada hubiera pasado si alguna vez hubiéramos dejado la rigidez a un lado para jugar con la seriedad con la que juegan los niños, creyéndose que son lo que interpretan en el juego, disfrazándose si es necesario para que el juego fluya y divirtiéndonos al no tomarlo personal.
—[…] La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía, que era hermoso y que quería un cordero. (Cap. IV)
Dicen que Pitágoras dijo que “el hombre es mortal por sus miedos e inmortal por sus deseos” y quiero suponer que el principito era como todos esos pequeños niños que, al ser amados, al vivir lejos de guerras y sufrimientos, logran sentirse inmortales, incluso siquiera pensar en la muerte ya que viven en a–mor, “sin muerte”.
—¿Sabes que cuando uno está demasiado triste las puestas de sol son agradables? (Cap. VI)
El principito, a pesar de que venía de su propio mundo, también tenía sueños y añoranzas, dejó su planeta aprovechando, para su evasión, una migración de pájaros salvajes. La mañana de su partida ordenó bien su planeta.
Digamos que todos, incluso aquellos que saben que son inocentes y compasivos como niños siempre buscamos un lugar mejor y luego cuando creemos que lo encontramos recordamos con melancolía aquellos tiempos donde, como el principito, podíamos simplemente sentarnos a ver la puesta de sol.
En el planeta del principito había muchísimas puestas de sol que no supo valorar hasta que se encontraba lejos de ellas, y más allá de si lo descubría o ya lo sabía, reconocía que la vida siempre tiene esos momentos tristes y de melancolía que, según el mundo o planeta que está en nuestra cabeza, nos dan siempre una puesta de sol. Así es la vida, si nos damos siempre la oportunidad de volver a comenzar.
—Las espinas no sirven para nada, son pura maldad de las flores […]
—¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden y las espinas son su defensa… (Cap. VII)
En ocasiones no nos percatamos de la naturaleza de esos otros mundos ni los respetamos. Los consideramos desde nuestra percepción y podemos llegar a proyectar maldad en ellos, es decir, pensar que lo hacen por las causas que nosotros lo haríamos. Pero primero quizás deberíamos ver que alguien que nos ataca en realidad se siente débil, se predefiende de algo que quizás ni siquiera somos nosotros y, en ese sentido, nos muestra su más vulnerable estado, el de alguien que oculta su debilidad.
—¿Qué significa “domesticar”? […] ¿Crear lazos?
—Sí —dijo el zorro— […] Pero si tú me domesticas, tú necesitarás de mí y yo de ti. Serás para mí único en el mundo. Y yo también seré para ti único en el mundo […] Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Conforme avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado y un poco inquieto, sólo así descubriré el precio de la felicidad. (Cap. XXI)
Ésta es una de las lecciones más hermosas, saber que la presencia es uno de los más hermosos regalos que podemos darle a alguien. Domesticarnos y crear lazos que nos unan al siempre regresar, siempre estar ahí para el otro cuando hemos quedado, darle certeza y deleitarnos con su presencia. Generar esa añoranza y deseo que a veces puede angustiarnos, pero que es parte del vínculo, porque sólo a través de los vínculos con las otras personas, con la vida, es que podremos descubrir el significado de la felicidad.
—El tiempo que perdiste en tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. (Cap. XXI)
Es así como el tiempo que pasamos con los otros, el tiempo de calidad y en presencia, es lo que hace que el lazo sea cada vez más fuerte. Podemos crear amor con nuestra presencia plena y compasiva, dando paz, amor y felicidad al otro, que puede ser un ser querido, humano, animal o incluso una planta, porque es el tiempo que dedicamos a los seres y a las cosas que amamos lo que las hace tan importantes en nuestras vidas.
Porque sólo dejando de ser ese familiar, pareja o vecino incómodo, sólo en presencia compasiva, es que descubriremos el placer de la paz. Sólo invirtiendo mi tiempo en ello es que degustaré el infinito placer de amar.
— […] sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. (Cap. XXI)
Esta frase icónica de Saint Exupéry, donde “lo esencial es invisible a los ojos”, resume entonces la mirada de ese pequeño príncipe que habita dentro de nosotros, aquel que ve con los ojos del alma y que disfruta cada momento del presente sin dejar detrás sus recuerdos y sus seres amados. Que ilumina la existencia de otros con su infinita compasión, siendo empático al no emitir juicios y siempre mirando con las gafas del amor, aprendiendo cómo crearlo, valorando a aquella rosa que dejó en su planeta, descubriendo que estaba domesticado, haciéndose consciente de que es el alma la que siempre está unida a todo y dejando que los otros, como el piloto, puedan ver a través de ella lo que es esencial.
—Comprendes. Es muy lejos. No me es posible llevar este cuerpo. Es demasiado pesado. (Cap. XXVI)
Finalmente, el principito nos muestra cómo el alma trasciende más allá del cuerpo y del espacio, que a veces sólo podemos regresar a la esencia soltando todo, sin miedo a la muerte, en a–mor, unido a su rosa, a su zorro, al piloto, a su planeta, a sus baobabs y sus volcanes por medio de algo que no se puede ver a simple vista ya que es mucho más complejo.
Porque la propia presencia trasciende el estado físico, y no necesitamos ver a alguien si podemos sentir su alma, como este escrito, ya que “lo esencial es invisible a los ojos”.
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