De cómo las primeras mujeres en bicicleta conquistaron el espacio público y se empoderaron
La civilización moderna se ha centrado en la construcción de ciudades que, con insistencia, han moldeado sus calles alrededor del automóvil. Y, aunque se ha intentado paliar esto creando ciclopistas para bicicletas o medios no motorizados, aún estamos lejos de convertir las ciudades en espacios de tránsito seguros para las bicicletas y sus ciclistas.
Más que sólo un medio de transporte
Pero, por otro lado, la movilidad en vehículos no motorizados, como las ya mencionadas bicicletas, patines o patinetas, no sólo se debe a una saturación de los automóviles en las ciudades (y a su huella ambiental). El uso de bicicleta representa una alternativa ecológica, saludable y una opción contra la violencia sexual que sufren las mujeres en el metro, la calle, los microbuses y los paraderos de camiones.
El pedalear en una bicicleta ha sido una larga lucha de las mujeres. Las primeras en atreverse a montar una se enfrentaron a reacios debates que señalaban a la bicicleta como un medio que “corrompía su inocencia”. Durante una época en la que las mujeres no podían asomar la nariz fuera de la esfera doméstica, uno de los primeros pasos rumbo a la conquista de su libertad se dio en dos ruedas.
Breve historia de las mujeres en bicicleta
Las primeras pedaleadas en un mundo de hombres fueron una tarea que sobrepasó burlas, agresiones y miradas inquisidoras, una de las voces más fuertes en este contexto fue la de la feminista y sufragista Susan B. Anthony, quien pronunció segura:
Déjame decirte lo que pienso de andar en bicicleta. Creo que ha hecho más para emancipar a las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo. Da a las mujeres una sensación de libertad y autosuficiencia […] la imagen de una feminidad libre y sin trabas.
Montadas en su bicicleta, las primeras mujeres encararon y superaron los prejuicios y las críticas para comenzar a escribir la historia del ciclismo femenino. Entre otras cosas, en aquella época —cuando las mujeres ceñían su cuerpo a pesados vestidos y sofocantes corsés—, Amelia Bloomer comenzó otra revolución. Impulsó un necesario cambio en la forma de vestir, pues subir a una bicicleta con aquellas prendas no era nada sencillo, por lo que esta ciclista comenzó a utilizar faldas divididas, que después serían conocidas como “bloomers”, un tipo de ropa que las mujeres comenzaron a usar mientras andaban en bicicleta.
La revolución del uso de pantalones
Este cambio en la indumentaria introdujo el uso del pantalón y otras prendas más cómodas para las mujeres. Asimismo, este hecho superó una cuestión estética, reformando la vestimenta de las mujeres, una piedra angular en la defensa de sus derechos.
La bicicleta arrebató la exclusiva autonomía y libertad que hasta entonces era sólo ejercida por los hombres, equilibrando la balanza, desafiando las normas tradicionales de género. A principios del siglo XX, la bicicleta fue el medio en el que las mujeres sufragistas pedalearon por el camino hacia la libertad e igualdad de derechos; la bicicleta se convirtió en un medio de transgresión social que comenzó a romper patrones de comportamiento y abrió el camino de las mujeres en el espacio público.
Así, la bicicleta se convirtió en un símbolo de libertad que posibilitaba a las mujeres desplazarse fuera de su hogar de manera autónoma, ampliando sus posibilidades y aspiraciones. Estos sentimientos de libertad e independencia siguen vigentes en la experiencia de las mujeres que cada vez con mayor frecuencia eligen la bicicleta como su medio de transporte, haciéndose presentes en el espacio público. Sin embargo, en nuestro país, ser mujer ciclista sigue siendo una batalla en la que no se está libre de acoso.
Ser mujer ciclista en México
La implementación de sistemas de bicicletas públicas, infraestructura y ajustes en la ley de movilidad en las principales ciudades de México ha incentivado el uso de la bicicleta. Y todo esto en un contexto que transita hacia la igualdad de género. Sin embargo, existe una serie de factores que merma el uso uniforme de este medio de transporte entre sexos.
Las miradas lascivas hacia una mujer pedaleando, los chiflidos e, incluso, tocamientos como nalgadas mientras las mujeres pedalean son factores de la sociedad machista que prevalece en nuestra región y que retratan las dificultades que sigue enfrentando una mujer en el espacio público.
No obstante, ellas no están dispuestas a renunciar a la libertad que les brinda un medio de transporte que perciben como más seguro (por ejemplo, al no estar sentada a lado de su acosador en el transporte público). Debido a ello, a pesar de que los prejuicios y el acoso contra las mujeres en bicicleta siguen siendo un factor en contra, hay iniciativas como la organización de grupos de mujeres ciclistas, en los que se crean espacios de acompañamiento que construyen redes de apoyo mientras exigen su derecho a la ciudad.
La bicicleta es una herramienta —en el proceso de empoderamiento de la mujer— que la ha llevado a tener mayor confianza en sí misma, lo que impacta en su identidad, al salir de las normas establecidas socialmente. La opción para seguir marcando una diferencia para obtener un espacio público seguro es seguir luchando, pedaleando, hasta que “la dignidad se haga costumbre”.
Por Gabriela Sánchez Figueroa
PDFs
GRATIS