Fotograma de la película perfect days de Wim Wenders Fotograma de la película perfect days de Wim Wenders

Perfect Days de Wim Wenders: ¿es la rutina lo único que permanece? 

El regreso de Wim Wenders al cine puede considerarse un logro de tranquilidad en medio de la presión de consumo continuo de películas nominadas a grandes categorías, como mejor película extranjera en los Oscars de 2024 (cuyo contraste se da con La sociedad de la nieve de Bayona y La zona de interés de Glazer). Y no es para menos, ya que Perfect Days nos ofrece algo que, siendo individuos multipantalla, no realizamos continuamente: la contemplación. 

Escena de "Perfect days".
Escena de “Perfect days”. Fuente: CinemaWorld

La perfecta rutina de Hirayama 

La trama de la película es simple: Hirayama (interpretado por Koji Yakusho) es un conserje de baños del distrito financiero de Shibuya que se dedica a limpiarlos de lunes a viernes y a descansar los fines de semana. No hay más, no hay menos. Y, aunque a simple vista esto pueda parecer aburrido, durante las (aproximadamente) dos semanas que vemos de su rutina, apreciamos cada gesto que realiza: recoger su tatami (donde duerme), regar sus retoños de árbol, recortarse el bigote, manejar a su trabajo, escuchar casetes de música ochentera, observar árboles y tomarles foto, soñar y leer (sobre todo Las palmeras salvajes de William Faulkner y Árbol de Aya Koda; así como la mención a Patricia Highsmith y su libro de cuentos Once). 

Escena de "Perfect days". Fuente: El Mundo
Escena de “Perfect days”. Fuente: El Mundo

Existen algunas variaciones a su rutina que añaden profundidad a la vida interna del personaje, que explican un poco su historia, y que ahondan más en su forma de vivir el tiempo, al cual ve, sobre todo, como presente. Y ésa es una de las razones que me llevan a analizar las tres figuras que aparecen constantemente en la vida de Hirayama: los árboles, el agua y las sombras. 

Tres figuras de la permanencia 

A lo largo de Perfect Days, queda clara una cosa: la rutina aparece a Hirayama como una forma de sobrellevar su vida, de darle una dirección y un propósito. A este concepto, en japonés, se le conoce como ikigai: razón de vivir.  

Y a esta razón de vivir se le añaden otros componentes que simbolizan la idea de que existe algo en nuestras vidas que permanece a pesar de que cambiemos y cambie también ella. De ahí que la contemplación de los árboles que realiza Hirayama (del paso de luz a través de las hojas, komorebi en japonés) se convierta en una: el tronco y las raíces del árbol le dan su identidad, pero el movimiento de las hojas con el viento y el cambio de éstas con las estaciones les otorga una renovación. 

Por otro lado, si bien Japón es una isla y muchas veces asistimos al transporte de Hirayama a través de puentes en bicicleta, la película muestra escenas en que los pliegues del agua que expresan otra forma de mutación e identidad.  

Y, por último, las sombras. Éstas se repiten en los sueños del protagonista mostrando un juego continuo de su vida diurna. Que podamos observar estos sueños, estos reflejos negativos como las fotografías que toma de los árboles, remite a la presencia intangible de un objeto por el que se muestra. Es decir, quizá refiriendo a Heráclito y al Elogio de la sombra de Tanizaki, a lo que es y no es simultáneamente. 

Escena de Perfect Days. Fuente: Fotogramas
Escena de “Perfect days”. Fuente: Fotogramas

Dos sentimientos en equilibrio: gratitud y tristeza 

Cuando al inicio mencionaba que Perfect Days es un espacio de tranquilidad no era mentira. En la película la vida digital es mínima, pues Hirayama usa casetes, un teléfono no háptico, lee en físico; casi no habla, pues hablar es un acto importante para ocasiones especiales con gente que es especial y cercana a él (a veces); visita un templo los fines de semana; se divierte al salir a beber ocasionalmente y sin embriagarse.  

Esta rutina, lejos de provocar aburrimiento, muestra una posibilidad de vivir lo más plenamente posible y sin prisas, pero debido a esta contemplación del mundo (aware en japonés) de manera voluntaria. Algo muy parecido al zen como expresión poética y no como exotización new age. Como bien diría Alonso Díaz de la Vega, recuerda a aquella Historia de Lisboa (también de Wim Wenders), en la que el protagonista (Patrick Bauchau) se dedica a grabar los sonidos de la capital portuguesa, pues ambos personajes viven la estancia en el presente, donde todo transcurre, aun nosotros mismos. 

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