Idiomas inventados: ¿verdad o ficción?
Sabemos que hay miles de lenguas en el mundo, más de las que podemos imaginar. Aun así, para muchos todavía no es suficiente y se aventuran a crear idiomas nuevos. A estos idiomas inventados se les conoce como “lenguas artificiales” y no son pocas las que identificamos.
Los casos más comunes son quizá los que has leído en libros. Los literatos, como los grandes de las letras que son, conocen a profundidad el tema de la comunicación, además de que poseen en su mayoría conocimientos lingüísticos que les permiten crear idiomas con sintaxis y gramática propias. Seguramente has escuchado del élfico creado por J.R.R. Tolkien, a quien sus vastos estudios en filología le ayudaron a crear todo un complejísimo sistema lingüístico; tan grande fue que creó algunas variantes dialectales ficcionales, como el quenya y el sindarin. La difusión del élfico es tan grande que hoy no es difícil encontrar cursos de esta lengua en las más grandes universidades del mundo.
Otro de gran importancia es el creado por el lingüista Marc Okrand para la serie Star Trek. Durante muchos años, Okrand estudió las lenguas amerindias, con un especial interés en la morfología y la fonética de esta familia lingüística. Para la hechura del klingon o klingonés se basó en partículas de estas lenguas para formar palabras totalmente nuevas; creó los paradigmas y sintagmas que pronto llevó a la cadena hablada y escrita. La maleabilidad del idioma ha permitido que nuevos hablantes empiecen a crear neologismos y hoy ya se encuentran gramáticas y diccionarios para entender mejor el idioma de los klingon.
Un ejemplo más sería el esperanto, propuesto por el polaco L.L. Zamenhof. La finalidad de este idioma, según su creador, era hacer del esperanto una lengua franca; aunque también, a diferencia de los anteriores, tenía un móvil político: la eliminación de los conflictos entre pueblos por diferencias que él creía tenían su origen en el significado entre idioma e idioma. Para un hispanohablante, aprender esperanto no será tan difícil, pues el doctor Zamenhof se basó en muchos idiomas de Europa occidental, aunque la sintaxis puede parecer algo extraña, ya que predominan las formas eslavas. Lo interesante del esperanto, y quizá es por lo que ha ganado más adeptos, es la facilidad de modificar los vocablos para crear otros. Esto ocurre porque la morfología del idioma es invariable; es decir, un morfema no tiene realizaciones distintas. Así que separando las palabras en estas unidades puedes unirlas a otras y crear diferentes significados; por ejemplo, en español el sufijo -ismo significa “doctrina, corriente de pensamiento” y se puede agregar a palabras como “cristiano”, “Marx” o “cubo”. En la actualidad, hay millones hablando esperanto, incluso hasta puedes tomar clases y hasta las nuevas aplicaciones de enseñanza de idiomas ya lo integran.
Aunque los anteriores hayan sido creados por especialistas, la verdad es que cualquiera puede crear las bases para un nuevo idioma. Lo primero es tener un modelo en el que se basará tu lengua; por ejemplo, puedes tomar el español o quizá alguna lengua indígena que conozcas para usarla como molde en la que irás llenando poco a poco. Luego, al igual que el español, armar un número limitado de sonidos que tendrán que usarse en un cierto número de combinaciones, de acuerdo a las palabras que formes. Para esto la lengua modelo nos sirve, pues tomamos como referencia distintas lenguas para ir acomodando en nuestro molde la consecución de sonidos y que empiecen a tener el número de vocales y consonantes que queremos.
Ahora lo más difícil: se tiene que definir el tono, si el sonido tendrá una relación con el significado, sus alófonos o variantes para cada sonido, etc. Lo mismo aplica con su morfología, tener que crear pares mínimos con significados y sus correspondientes alomorfos; en español un ejemplo sería esa -s que indica plural, pero que tiene la variante -es, según sea la terminación de la palabra. Más tarde la creación de palabras, para lo que no basta tener un vocabulario de diez o veinte, sino de suficientes para crear oraciones largas.
Una vez teniendo las palabras, es hora de la gramática, que se inicia creando con aquellas palabras otros pares mínimos y de éstos otros que se unen, así hasta que se tiene una consecución de palabras (sustantivos, verbos, adjetivos, adverbios) que en su combinación no den significados singulares, sino un sentido de toda una oración. Establecer reglas gramaticales permitirá que haya una norma para acomodar la diversidad de palabras y que la lengua no empiece a perder coherencia. También se debe tener en cuenta la posibilidad de que los nuevos hablantes cambien ciertos usos o creen nuevas formas, por lo que debe establecerse normas o, bien, haber creado la lengua con tanta maleabilidad que permita estas modificaciones sin temor a que la lengua llegue a ser inservible.
Sí, sabemos que puede ser una empresa difícil y tardada, pero imagina que el español que hoy hablas sufrió los mismos cambios durante siglos, aunque de manera natural. Y eso es más asombroso, ¿no lo crees?
Por Tonatiuh Higareda
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