Los primeros coreanos en México, una travesía a las haciendas de Yucatán
En griego antiguo, la palabra que se usa para designar al huésped, al invitado, y la palabra que se usa para designar al extranjero, son el mismo término: xénos.
George Steiner
En 1905, un grupo de 1033 coreanos llegaron a México para trabajar en las haciendas henequeneras de Yucatán. Con mucha esperanza y deseosos de mejorar su vida, esta comunidad emprendió la travesía a nuestro país, sin tener mayor conocimiento de las duras condiciones que les esperarían.
Pese a ello, salieron adelante y poco a poco fueron mezclándose con la población nacional, con quienes formaron nuevas familias y adoptaron a México como su nuevo hogar. Esta nota comparte algunos pormenores sobre la llegada coreana a territorio mexicano, su permanencia y legado.
¿Por qué emigró la población de Corea?
Hasta antes de 1821, México no era un país que gozara de una tradición migratoria al cual acudieran grupos numerosos de otras nacionalidades para emprender una nueva vida. El fenómeno de la migración hacia México, en su actual connotación, data de 1890 a 1910, cuando arribaron al territorio nacional grupos de inmigrantes de distintos orígenes.
Uno de estos grupos procedía de Corea, que arribó a las costas mexicanas en 1905. Pero ¿cómo y por qué este grupo decidió migrar al otro lado del mundo? Para poner un poco en contexto esta situación, debemos comentar que, durante la década de 1890, Corea sufría los embates de la guerra entre China y Japón, pues ambas naciones buscaban expandir sus imperios.
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Hasta entonces, Corea “pertenecía”, por así decirlo, a China, como una especie de protectorado, pero pronto pasaron a dominio japonés, quien intentó borrar toda conciencia e identidad de la población coreana para someter a sus habitantes a su política y economía. En esa misma época, ocurrieron diversas revueltas sociales en territorio coreano, así como crisis económica y sanitaria, lo que orillaba a sus habitantes a buscar nuevas latitudes para mejorar sus condiciones de vida.
Fue así que una primera ola de migrantes se dirigió hacia territorios que estaban bajo dominio ruso, pues ya en siglos anteriores algunos coreanos habían migrado a lugares como Siberia. Luego, en 1903, un vasto grupo de trabajadores coreanos fue contratado para trabajar en la industria azucarera de Hawái, donde hacía falta mano de obra masculina para laborar en los plantíos e ingenios.
Esta contratación de fuerza laboral fue el primer caso de éxito que se registró durante esa época, por lo que se corrió la voz y se planeó hacer una segunda emigración, la cual tendría a México como destino.
El engaño que derivó en asentamiento
La llegada del grupo coreano a México está ligada al desarrollo y apogeo de la industria del henequén en Yucatán —una fibra cuya resistencia la volvió de gran demanda para elaboración de cuerdas para navíos, costales para transportar granos y otros fines—. Los hacendados henequeneros requerían de mano de obra que se diera abasto con el cultivo, cosecha y producción de esta fibra.
Por ello, la Junta de Inmigración de Yucatán, respaldada por el gobierno de Porfirio Díaz, envió comisionados para reclutar trabajadores asiáticos que prestaran sus servicios a las haciendas henequeneras y, posteriormente, devolverse a sus lugares de origen. Contrataron peones chinos, quienes pusieron en advertencia a sus compatriotas de los malos tratos que habían sufrido en México.
En 1904, la Junta comisionó a John Meyers, un traficante holandés nacionalizado británico, para acordar una nueva contratación. Éste, mediante publicidad engañosa que insinuaba que México era una tierra de oportunidades, consiguió reclutar hombres, mujeres y familias con la idea de poder arraigarlos en Yucatán.
Meyers consiguió hacerlos firmar contratos que, en apariencia, les aseguraban salarios dignos, vivienda, servicios médicos y gastos de viaje. El pago de su salario sería semanal: 75 centavos por el corte de dos mil pencas de henequén, 40 centavos por cada mil adicional, y 25 centavos por desyerbar y limpiar. También se contemplaban actividades como plantar, rasar campos y cortar leña.
El grupo coreano se convirtió entonces en inmigrante con calidad de trabajador, bajo la creencia de que estaría laborando unos años en México y regresaría con a Corea con un ahorro que les permitiría mejorar su vida. Partieron en marzo de 1905 en el barco Ilford y llegaron el 15 de mayo al puerto de Salina Cruz en Oaxaca. El estudio de este grupo ha permitido identificar que se trataba de 802 hombres y 231 mujeres y niños, que eran en su mayoría de origen urbano de la región Seúl-Inchon-Suwon.
De ahí fueron trasladados en tren, que los llevó por el Istmo de Tehuantepec, a Coatzacoalcos en Veracruz. Algunos se quedaron en estos dos primeros lugares y la mayoría fueron enviados en barco para dirigirse a Progreso, Yucatán donde los esperaba un difícil destino.
La realidad de los primeros coreanos en Yucatán
Al arribar a Yucatán, los coreanos fueron distribuidos en 32 haciendas henequeneras y pronto se percataron del engaño. No había condiciones favorables para su labor: el henequén lastimó sus manos; les pagaban en monedas que sólo eran válidas en las haciendas; varias familias dormían hacinadas en cuartos; y el clima, la comida y la barrera del idioma hizo extremadamente difícil su adaptación. Los coreanos, junto con otros grupos nacionales (específicamente la población maya) sufrió condiciones de esclavitud a pesar de que estaba abolida desde la Independencia.
Durante cuatro años, trabajaron bajo míseras condiciones, se entremezclaron con la población maya, dado que eran el grupo con el que tenían mayor convivencia e incluso, muchos aprendieron primero a hablar maya, antes que español. Para 1908, quedaban alrededor de 600 coreanos en Yucatán. Muchos se habían ido a Cuba, a la Ciudad de México y a los Estados Unidos; otros murieron o se declararon prófugos.
Para 1909, año en que se terminaba su contrato, los trabajadores fueron retenidos bajo la excusa de que debían a los hacendados calzado, ropa o alimentos. Se quedaron a trabajar un año más, pero en 1910 ocurrieron nuevos conflictos entre Corea y Japón y estalló la Revolución Mexicana, lo que impidió que regresaran a su nación.
De tal modo que el grupo coreano decidió quedarse en las haciendas y hombres y mujeres se casaron con la comunidad maya-hablante. Esto originó una asimilación cultural entre ambos pueblos. Posterior a los años de conflicto, algunas familias se dispersaron a los estados vecinos de Quintana Roo, Campeche y Veracruz, y migraron sus actividades del campo a la ciudad.
A pesar de que en 1909 se creó la Asociación Coreana de Yucatán, con la finalidad de agrupar a los inmigrantes y establecer lazos de fraternidad, su funcionamiento tuvo muchos altibajos dada la dispersión de los propios coreanos dentro del mismo territorio. Sin embargo, entre los más cercanos prevaleció la unidad y solidaridad, aprendieron español y ejercieron oficios de herrería, carpintería, comercio y pesca.
Asociaciones coreanas en la actualidad
Actualmente, el principal promotor del agrupamiento coreano es el gobierno de Corea, el cual mantiene activos el Museo Conmemorativo de la Inmigración Coreana, la Asociación y varias escuelas de coreano. El gobierno también destina recursos para la organización de eventos como la Celebración de la Liberación de Corea en el mes de agosto y el aniversario de la llegada de la migración a Yucatán en el mes de mayo. También es posible encontrar diferentes asociaciones de coreanos en el país, entre las que sobresalen las de Campeche, Ciudad de México y Tijuana.
@alexiahurtado88 📍MUSEO CONMEMORATIVO DE LA INMIGRACIÓN COREANA EN YUCATÁN 🇲🇽🇰🇷 #coreaenmexico #culturacoreana #mexico🇲🇽
La llegada de coreanos se detuvo hasta la década de 1980, con el establecimiento formal de relaciones diplomáticas entre Corea y México. Según el censo del INEGI de 2010, existen 15 mil descendientes de esos primeros migrantes en México de los cuales solamente un 10 % comprende o ha estudiado el idioma coreano.
La descendencia de la comunidad coreana aún pervive entre nosotros: son familias, compañías, amistades y hermanos, que todavía guardan en su corazón a sus antepasados y a la tierra a la que no pudieron volver.
Por Gabriela Sánchez Ibarra
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