Carbón rojo y el poder del diálogo
El pasado 22 de febrero, la directora de la cátedra Alfonso Reyes, Ana Laura Santamaría, en conjunto con el escritor mexicano Élmer Mendoza, y la editora de Hachette Literatura María Fernanda Álvarez, presentó Carbón rojo, la nueva novela de Mónica Castellanos, en el Museo de Historia Mexicana en Monterrey, Nuevo León. En presencia de la autora, Ana Laura Santamaría leyó el siguiente texto con el que abrió la mesa de diálogo en torno a “Carbón rojo”.
La entraña de una mina se parece al interior del hombre, son naturalezas llenas de túneles oscuros, de vericuetos en los que es fácil perderse…, dice la narradora de Carbón Rojo. Y sobre esta premisa fundamental, construye su novela Mónica Castellanos.
El 19 de febrero de 2006, hace justamente 18 años, 65 mineros quedaron atrapados en la mina de Pasta de Conchos en Nueva Rosita, Coahuila.
A Mónica Castellanos le interesa la historia, la de los héroes que salvan vidas, como Gilberto Bosques, protagonista de su novela Aquellas horas que nos robaron (2018), y la de las ignominias que encienden las consciencias y otras formas de estar vivos y despiertos. Y aunque esta no es propiamente una novela histórica, sí que está basada en la investigación y en la imaginación.
Bajo la imagen recurrente de la tumba y de los colores que nos conectan con la vida y con la muerte, Carbón rojo entreteje dos historias, dos duelos: uno familiar, nutrido con la ficción y otro social, alimentado con la información.
Bajo Bruma Blanca, primera parte de la novela, conocemos a Carmina, quien lleva en su nombre el color de la sangre que la une a la familia, a la historia de traiciones y desamores, a los deseos de venganza. Carmina ha renunciado al mundo de los vivos, sus conversaciones son con los muertos, su casa es la cripta que guarda las cenizas de su madre Blanca y de su sobrina Celeste. Su vida, nos dice la narradora, no es más que una amalgama de memorias, un lastre que le impide vivir plenamente, para ella, el luto se ha vuelto costumbre, igual que el resentimiento, por eso escupe cada vez que pasa frente a la casa de sus enemigos, los Calderón, por eso siembra discordias en el pueblo con su lengua viperina. Su única pasión es bordar los nombres de sus odios, en un tejido que no libera, sino que aprisiona.
Carmina vive, o mejor dicho, sobrevive, en Nueva Rosita, Coahuila, junto con su sirvienta Candelaria, la flama viva, la voz luminosa que ella prefiere ignorar.
La Bruma Blanca inicia con el anuncio de una muerte, Ada, la hermana de Carmina, la que abandonó el pueblo décadas atrás repudiada por su familia. Con esta noticia, Carmina emprenderá un viaje a Monterrey para asistir, de mala gana, a su funeral.
Repentinamente, la narración es interrumpida por la voz de la segunda persona, el tú contundente a través del cual conocemos a Bernardo, el estudiante de letras convertido en periodista; el nieto consentido de Ada que se ha quedado huérfano de madre y de abuela y que con su tristeza a cuestas habrá de cubrir la nota de la tragedia; el poeta que se enfrentará y narrará el dolor y la desesperación de las familias, la infamia de los ocultamientos, el oprobio de la corrupción, de la manipulación. A través de Bernardo es que aparecerá también la polifonía de los dolientes, de quienes dan testimonio, particularmente de Indalecio, cuya narración desde una cantina de Nueva Rosita va construyendo un contrapunto a la historia familiar de Carmina. Somos arcilla burda, arenal que hoy oscurece las calles aquí en Rosita…
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Bajo el Polvo negro, segunda sección de la novela, sabemos por qué en la casa de Carmina no entra la luz: nos enteramos de la historia del despojo que sufrió la familia, del trauma heredado producto de la ambición de las Mineras de la región. También bajo el Polvo negro está sepultado el único y frustrado amor de Carmina. Y revuelto de Polvo negro late el resentimiento que le nubla la vista y le seca el corazón. El Polvo negro cubre el sistema de explotación y las condiciones infrahumanas en las que viven y mueren los mineros en todo el mundo, 1,000 cada año en China, nos dice la autora 1,647 desde que se abrió el primer pozo en la región de Coahuila, nos apunta su personaje Indalecio.
Con el Vaho gris, tercera parte de la novela, se le revela a Carmina la posibilidad de que tal vez aquello que pensó como un abuso o un pecado imperdonable por parte de su hermana, sea en realidad una historia de amor fuera de los marcos convencionales, así Carmina descenderá al laberinto intrincado que es la vida interior, a la mina que es ella misma para reconciliarse con Ada, quien en vida fue la contraparte de Carmina, alegre, enamorada, atrevida, gozosa de su cuerpo y de su estar en el mundo, fue bailarina y profesora de danza. Generosa en la vida y en la muerte, con un testamento que sorpresivamente incluye a todos, hasta a Candelaria…
Mientras tanto, entre las familiares de los mineros atrapados la esperanza, cada vez es más débil, es una bruma que flota entre la multitud… solo dos cuerpos han sido recobrados.
Con el Carbón rojo, cuarta parte de la novela, Carmina desenreda la historia de amor de Ada y la capacidad de personarse a sí misma…, la protagonista va transformando su dolor en amor y su amor en servicio. Ablanda la dureza enquistada en su espíritu, esa testarudez de roca como la Huasteca y peligrosa como rojo carbón. Las conversaciones con los muertos en la cripta ya no son para sembrar discordia, incluso ha olvidado escupir frente a la casa de Los Calderón en su trayecto entre la iglesia y su casa.
La quinta y última parte lleva el poético título de Morada viva. Irremediablemente la mina se convertido en tumba, pero quien puede hablar con los muertos sabe que de alguna manera siguen vivos, que puede escucharlos.
Carbón rojo es una novela de denuncia social y de redención personal, pero sobre todo, es una reflexión sobre el poder del diálogo. Poderoso es el diálogo con los muertos de Carmina, pero también lo es el diálogo con los sobrevivientes que sostiene Bernardo para que su testimonio quede vivo, pero también lo es el diálogo epistolar entre Ada y Vicente, o el diálogo revelador de Carmina con sus sobrinos nietos, o el diálogo conciliador de los nietos con su abuelo. El diálogo, siempre el diálogo, el diálogo abre puertas, rescata cuerpos, nos da paz. Por eso Violeta, la más joven de la estirpe, aprenderá también a escuchar a los muertos, pero para oírlos, tiene que silenciar el egoísmo, abrirse a la escucha para que la escucha se haga morada.
Los mineros de Pasta de conchos fueron doblemente silenciados por el derrumbe y por la corrupción. Escuchar su reclamo, convocar sus voces, dialogar con ellos, es una manera de tenerlos presentes. Carbón rojo de Mónica Castellanos nos muestra que la literatura también es morada.
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