Frente a un fondo de un atardecer se encuentra Dwight gritando como símbolo de autorrealización y desengaño Frente a un fondo de un atardecer se encuentra Dwight gritando como símbolo de autorrealización y desengaño

Sé productivo: cuando la autoexplotación se disfraza de realización

Bombardeados de mensajes motivacionales que insisten en que persigas tus sueños, cumplas tus metas, te esfuerces más y seas la mejor versión de ti, vamos por la vida creyendo que sólo aquellos que parecen explotar de trabajo y de cansancio son merecedores de triunfos, alegrías y éxito.  

Todo esto se nos mete a la cabeza, nos llega hasta las entrañas y sentimos que si no producimos y trabajamos 24/7, no estamos avanzando y desperdiciamos nuestro potencial en diversión vacía.  

Pero ¿por qué? ¿De dónde sacamos la idea de que autoexplotarnos no sólo es correcta, sino necesaria? ¿Quién nos convenció de que el trabajo dignifica, la sobrecarga magnifica y la explotación santifica? 

¿Por qué nos autoexplotamos? 

La respuesta más sencilla es la primera y más obvia: por necesidad. En un mundo donde las rentas son carísimas, el alimento sube su costo diariamente, el precio del transporte aumenta cada vez y enfermarse es un lujo, queda claro que debemos trabajar dos o hasta tres veces más de lo que alguna vez trabajaron nuestros padres o abuelos para poder vivir. Un empleo no cubre casa, comida, vestido y sustento, y se tienen que tomar dos, tres o hasta cuatro para cubrir esas necesidades, a veces sin éxito. 

En estos casos, no es que descansar sea sinónimo de “perder el tiempo”, sino que es un lujo que no todos se pueden dar. Entonces, el trabajo no es un medio de autorrealización, sino que es una forma de supervivencia. 

Esta casi sectaria creencia de que debes estar trabajando todo el tiempo no tiene nada que ver con sobrevivir, sino la satisfacción que viene del esfuerzo incansable y doloroso, pero ¿por qué? 

Según el filósofo Byung-Chul Han, la sociedad nos obliga a trabajar hasta el desfallecimiento, disfrazando esta acción de elección libre, como una treta que nos hace creer que lo decidimos por nuestra cuenta y vivimos engañándonos con el espejismo del éxito personal que resulta necesario para mantenerse en un mundo laboral cada vez más competido y exigente. 

Para el filósofo, esta nueva dictadura del rendimiento nace de un sistema capitalista que encuentra la más eficiente forma de opresión en convencer al oprimido de que esta explotación es un voluntario empoderamiento que le hace sentir bien, pintado de “tú puedes” que engalana un “echaleganismo” infértil, pero eufórico. 

Los aliados de la autoexplotación: la realización, la pasión y la culpa 

Esta ideología que lleva el “citius, altius, fortius” olímpico (más alto, más rápido, más fuerte) fuera de las pistas y canchas deportivas, y lo traslada a la vida cotidiana, como si la realidad fuera un eterno comercial, obligando a los miembros de una parte de la sociedad a hacer más ejercicio, levantarse más temprano, dormir más tarde, llevarse las compus a la playa, checar mails a las 3 de la mañana y todo lo necesario para demostrar que merecen lo que quieren tener, aunque no lo consigan jamás. No importa si alcanzas tu sueño, sólo interesa cuánto trabajaste por él, pues sin esfuerzo, no tienes derecho ni a imaginarlo. 

La primera motivación para realizar este esfuerzo extra es ser mejor, ser “más”; no sólo más que los otros, sino más que uno mismo, sentirse autosuperado por el yo del futuro, ganándole al yo del pasado, en un ciclo de desesperación kierkegaardiana como si quisiéramos dejar de ser nosotros mismos todo el tiempo. 

El segundo motor que impulsa la autoexplotación es la pasión. “Si haces lo que amas no trabajarás un solo día de tu vida”, y, aparentemente, no descansarás tampoco, pues un trabajador movido por el gusto de hacer lo que le apasiona es el mejor autoesclavo motivado, aunque no sea él quien salga ganando, sino un sistema que lo convenció de que esto es la felicidad. 

De esta manera, este mismo sistema consigue empleados autoexplotados y autorrealizados, motivados por la culpa de no conseguir lo que se proponen. 

Todo aquel que no logre sus propósitos será el único culpable de su fracaso, como si la economía, la política y la sociedad no jugaran un papel primordial en el alcance de bienestar. 

La culpa nace de la constante cuestión sobre “¿qué estoy haciendo con mi vida?”, y nadie quiere despertarse un día y sentir que no ha hecho nada de su existencia. Obviamente esto tendrá repercusiones en la salud física y mental, porque la presión y el estrés constante acaba pasando una factura elevada, desde burnout hasta ansiedad y depresión. 

Para Byung-Chul, no sólo se necesita la desaceleración del trabajo, sino una revolución que empiece una gestión del tiempo completamente diferente para priorizar al ser humano sobre el hacer humano, recuperando el tiempo del yo y el tiempo del prójimo (el tiempo que le doy). Recordemos que en una sociedad autoexplotada, el ocio es revolucionario. ¡Descansen!

Por Andrea Morán

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