El arte de ver: los colores del territorio wixárika
En México, se hablan 364 variantes lingüísticas, las cuales derivan de 68 idiomas (aunque algunos lingüistas aseguran que no se tiene un registro preciso). Cada variante lingüística implica una complejidad cultural y una manera distinta de comprender el mundo, entre ellas la lengua de los wixárica, de quienes hablaremos en esta ocasión.
Diversidad, derechos lingüísticos y la defensa del territorio
Los lingüistas han denunciado que las lenguas mueren porque se han privilegiado sólo algunos idiomas debido al ímpetu para construir una homogeneidad nacional. Entonces, las lenguas mueren por discriminación.
En México, sólo 6.5 % de la población habla alguno de los idiomas con raíces precolombinas. Desafortunadamente, el derecho lingüístico de mantener y desarrollar la lengua y expresarse libremente en ella no se cumple. Se suele decir que “si una lengua muere, muere una forma de ver el mundo”.
Existen más de 50 000 hablantes de la lengua de los wixárica (donde la grafía /x/ se pronuncia como erre), quienes poseen una rica cosmovisión. Habitan la Sierra Madre Occidental, particularmente en los estados de Jalisco y Nayarit. Y hace más de 10 años, los pobladores iniciaron un movimiento por la defensa de su territorio sagrado, llamado Wirikuta, debido a la amenaza de las mineras. Wirikuta es un espacio fundamental en sus rutas ceremonial de los wixaritari (plural de wixárica).
Arte wixárica
El arte wixárica ha sido altamente comercializado por sus colores y diseños vistosos. Seguro lo reconoces por las figuras forradas de chaquira o los bordados hechos de estambre, los cuales contienen simbolismos de la cosmovisión de estos grupos.
La combinación de colores que se utiliza está relacionada con el arte ritual de los wixaritari, el cual encuentra sus orígenes en época prehispánica de donde se han encontrado piezas cerámicas decoradas con símbolos rituales como el venado, el Sol y las flechas, entre otros.
La manera en la que se vive el mundo wixárica puede ser entendido por el término nierika, el cual señala la conexión de los niveles expresivos del mundo huichol, representado por las tablas de estambre, los tejidos y atados de las ofrendas, pero de manera compleja se puede pensar en este término como “el arte de ver”.
El antropólogo Jorge Alberto Martínez, especialista en arte ritual, puntualiza que nierika “en un contexto cosmológico indica la disposición general de los planos existenciales como un diagrama circular con un centro definido, en el que las fuerzas de la energía se desplazan… y donde el centro es la válvula o pivote entre dimensiones… este concepto representa la interdimensionalidad de sus seres”. Las múltiples dimensiones representadas en los tejidos escapan de la percepción occidental, pues nosotras y nosotros estamos acostumbrados ver una perspectiva lineal del paisaje.
Las representaciones están ligadas también a los colores que adquieren propios y múltiples significaciones. De manera general, podríamos decir que el rojo representa la sangre y la vida; el morado, a la muerte; el azul, al venado y a la lluvia; el amarillo, al amanecer, es la pintura ritual que se coloca en los objetos rituales al Wirikuta.
Aunque algunas propuestas señalan que el significado de los colores para los wixárica no es universal, sino que se modifica con cada artista ritual, pues los colores mismos tienen la agencia de representar y significar algo particular en cada cuadro.
Tsikɨ ri: el ojo de Dios
El ojo de Dios, llamado tsikɨ ri en lengua wixárika, es un objeto ritual relacionado con múltiples ceremonias que tienen que ver con el cosmos y espacio habitado. El tsikɨ ri se utiliza para pedir que el universo siga moviéndose, manteniendo así la vida y trazando el espacio a transitar en las ceremonias de peregrinación.
Por ejemplo, las infancias y recién nacidos se les otorga un tsikɨ ri para que los acompañe en su primera peregrinación, en la que recorren el territorio sagrado “como pájaros” (tewainuríxi) para que reconozcan la geografía sagrada y cuando hagan la peregrinación como adultos identifiquen el camino que ha sido trazado en vuelos en su memoria de infancia.
El antropólogo noruego Carl Lumholtz describió así el objeto ritual: “es una cruz de varillas de bambú o paja, entretejidas con un hilo o estambre de diversos colores, en forma de un cuadrado colocado diagonalmente. La cuerda es tejida alrededor de las varillas, del centro hacia afuera y las vueltas del hilo o estambre se acomodan de tal manera que, de un lado, el cuadrado queda liso, mientras que del otro, las varillas se notan perfectamente”.
El ojo de Dios teje simbólicamente el territorio sagrado, que se camina y aprecia, se cuida y se mantiene a través del movimiento. Caminar y bailar significa crear el mundo, ensancharlo con el movimiento, tejernos de manera conjunta con el espacio y los astros.
Wirikuta (lugar donde inició el mundo) está delineado por el Ojo de Dios, marcando en sus puntas los límites espaciales del territorio sagrado wixárika: Pueblo Nuevo (Durango), San Blas (Nayarit), Chapala (Jalisco), Real de Catorce (San Luis Potosí) y dejando al centro a Mezquitic (Jalisco). El ojo de Dios traza un territorio celeste, terrestre y sagrado que se busca seguir manteniendo al danzar y caminar sus límites, encontrarse con su centro y ensanchándolo.
Como señalamos al inicio, su existencia está en peligro debido a los procesos capitalistas que limitan la movilidad de las personas wixárika y que explotan sus territorios: minándolos, cercándolos, privatizándolos. La minería y la explotación hídrica conlleva a la ruptura con lo sagrado, la pérdida de lo dado y cuidado por los ancestros.
Para la cosmovisión wixárika, sin las danzas y andanzas que comunican con pasos, ceremonias y cantos estos espacios, el mundo está en riesgo de seguir existiendo. El venado azul dejará de convertirse en peyote, dejará de tejer el ensanchamiento del mundo, el corazón de la vida tejido simbólicamente al centro del ojo de Dios dejaría de latir en el cosmos.
Por ello, la población wixárika se mantiene en lucha por la defensa de su territorio y recursos, orientada por un cosmos habitado y representado por el Ojo de Dios. Caminar siguiendo la ruta sagrada que marca el Ojo de Dios, trazada en la peregrinación por el venado azul (hermano mayor), es habitar el cosmos, pero también cuidarlo, darle continuidad.
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