“La muerte niña”. Los retratos post mortem de angelitos
Desde hace más de un siglo, se mantiene en ciertas regiones de México, la costumbre de retratar a los infantes que acaban de morir como parte de un ritual funerario que se ha nombrado “la muerte niña”, la cual convierte la tristeza en alegría y festeja la entrada de estos angelitos a una nueva vida. ¿Qué ideología encierra este rito y cómo es que ha llegado hasta nuestros días?
Los angelitos
Dentro de la tradición cultural católica se les llama angelitos a quienes murieron después de bautizados y antes de tener uso de razón. La palabra angelito remarca dos hechos: por un lado, la pureza extrema de este pequeño ser, libre del pecado original por el bautismo recibido; por otro lado, la convicción de que el niño o la niña entrará de manera inmediata al paraíso.
Los funerales de un angelito
Hasta bien entrado el siglo XX, la mortandad infantil en el territorio mexicano era muy alta, debido principalmente a enfermedades gastrointestinales y respiratorias. En algunas comunidades del país, los funerales de un infante adquirían características peculiares, que tenían más que ver con una fiesta, por la llegada del niño al Cielo, que con un duelo por haberlo perdido.
Una descripción general de los velorios refiere que el angelito era amortajado con ropajes de San José o el Sagrado Corazón, si era niño, y de Inmaculada Concepción en caso de las niñas. Se le ponían unos huaraches de cartón cubiertos de papel dorado y una palomita de azahar, una vara de nardos o azucenas, que sus padrinos de bautizo colocaban en sus manos.
El angelito era dispuesto sobre una mesa cubierta con una sábana o mantel; se le rodeaba de flores y en torno a la mesa se ponían floreros y macetas con plantas. En el funeral, sólo se entonaban alabanzas y si hubiera ocasión un mariachi tocaba durante la velación y acompañaba el cortejo al campo santo, mientras los cohetes anunciaban la existencia de un nuevo ángel.
Los retratos de angelitos: la muerte niña
En México, a finales del siglo XIX y principios del XX, era muy común entre las familias representar a los pequeños que fallecían a los pocos días de nacido o en los primeros años de la infancia, a quienes se les llamaba angelitos.
Esta costumbre forma parte de un ritual conocido como “la muerte niña”, que convierte la tristeza en alegría y festeja la entrada de estos angelitos a una nueva vida. La muerte niña no es muerte, sino nacimiento festivo en otra vida.
Estas imágenes que mostraban al niño como un angelito, como si aún tuviera vida o estuviera llegando al Cielo, no eran consideradas morbosas pues en esa época este tipo de retratos eran una forma de conservar el recuerdo de un ser estimado puro y lleno de belleza.
La práctica del retrato funerario infantil
Durante la primera mitad del siglo XIX se acostumbraba representar a los pequeños difuntos por medio de la pintura. Retratos al óleo de niñas y niños cuya muerte fue prematura fue captada por los pinceles tanto de artistas consumados como de pintores populares en un intento por no perder del todo al angelito.
Con la llegada de la fotografía a nuestro país hacia 1839, la práctica de retratar difuntos también llegó a ser muy socorrida. El fotógrafo generalmente acudía a casa de los deudos y disponía un escenario para retratar al angelito con su ajuar funerario. Algunas veces el fallecido se retrataba solo, y en otras ocasiones se le hacía acompañar de sus padres, sus padrinos, hermanos o la madre o el padre sosteniéndolo.
Esta tradición se arraigó principalmente entre los sectores medios y bajos de pequeños pueblos con la finalidad inicial de conservar un recuerdo de los pequeños y celebrar su partida al cielo. Con el paso de los años la práctica se ha relegado solamente a algunas comunidades rurales del país como en Pinos, Zacatecas, o Cosío en Aguascalientes.
Por Gabriela Sánchez Ibarra
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