Un niño triste sobre un fondo oscuro como símbolo del castigo corporal y violencia física Un niño triste sobre un fondo oscuro como símbolo del castigo corporal y violencia física

Castigo corporal. Que te hayan pegado durante la infancia sigue doliendo

La chancla voladora es un método de crianza que nos da risa para no llorar. Nuestro cerebro elige cualquier expresión que va de la sonrisa a la carcajada para hacernos menos doloroso el enfrentar que, quien había de protegernos en la infancia o adolescencia se dedicó a darnos chanclazos, cachetadas, zapes, nalgadas, pellizcos o cualquier otro golpe con la noble intención de educarnos. 

Castigo físico y dolor emocional 

“Quienes en la vida adulta se niegan a aceptar que los golpes les causaban dolor físico, tristeza, enojo y confusión, con frases del estilo ‘ve, no me pasó nada’ o ‘me sirvió, aprendí’ tienen que acomodar en su mente el dolor emocional para evitar caer en cuenta que personas significativas, como papá, mamá o cualquier otra persona a cargo de su crianza les causaron algún daño”, sostiene en múltiples entrevistas el mexicano Gaudencio Rodríguez, psicólogo experto en parentalidad positiva y buenos tratos, autor del libro Cero golpes. 

Desde hace varias décadas y, sobre todo en este milenio, investigadores científicos de diversos países se han dedicado a crear evidencia de los efectos negativos que tiene el castigo corporal, con la intención de que, como sociedad, dejemos de resistirnos a abandonar esta forma de disciplina que, según las estimaciones del estudio Conociendo la violencia en la infancia, de 2017, sufre un millón trescientos mil niños y niñas de entre uno y 14 años.  

“El resumen de las investigaciones ilustra el hecho de que el castigo corporal no solo viola el derecho de los niños a la ausencia de cualquier tipo de violencia, sino también su derecho a la salud, el desarrollo y la educación, y que además tiene efectos perjudiciales sobre la sociedad y la población”, se lee en el resumen del documento Fin al castigo corporal, publicado por la organización internacional End Violence Against Children, a través de su iniciativa End Corporal Punishment.  

Consecuencias del castigo físico en las infancias 

La creencia de que “una nalgada a tiempo” puede resolver problemas futuros debemos colocarla en el cajón de las falacias. Los efectos en quien recibe el maltrato físico se presentan desde el momento en que comienza y, a veces, hasta la vida adulta. 

El efecto alcanza la estructura cerebral, pues se ha comprobado a través de imágenes que el cerebro de una persona que recibió golpes en la infancia es diferente al de alguien que no los recibió. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha documentado los efectos de usar este tipo de disciplina:    

  • Interfiere en los procesos de aprendizaje y el desarrollo de la inteligencia, pues el cerebro elige desconectar partes relacionadas con las sensaciones y emociones para evitar el dolor.
  • Se pierde la capacidad de entender la relación entre el comportamiento y las consecuencias derivadas de la violencia. Es decir, la chancla voladora deja de funcionar y frustra cada vez más a quien la avienta.
  • Por suaves o leves que sean los golpes, al perder efectividad, quien lo perpetra puede intensificar su fuerza, aunque no lo pretenda o lo haga con un carácter vengativo.
  • Aumenta el riesgo de consumir drogas en la edad adulta porque se apagan regiones del cerebro que permiten aplicar el juicio ante situaciones de riesgo.
  • Al cerebro le cuesta trabajo lograr un equilibrio saludable entre la introversión y la extroversión, lo que dificulta a la persona regular sus emociones y conductas.
  • Se aprende que la violencia es un modo adecuado para resolver los problemas.
  • Aumenta la probabilidad de establecer relaciones donde se es víctima, o bien, reproducir el método de disciplina con parejas y descendencia.
  • Acosar, mentir, engañar, huir, abandonar los estudios y participar en delitos son conductas predominantes en infancias y adolescencias que recibieron golpes como medida disciplinaria. 
@metodogolo

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En resumen, el castigo corporal puede reducir las habilidades de empatía, regulación moral, resolución de conflictos y autocontrol. 

¿Cómo romper la cadena? 

Es casi una regla que quienes ejercen este tipo de acciónes también hayan sido educados así. Lo que nos toca es romper esta cadena que ha lastimado tantas vidas.  

El primer paso y posiblemente el más doloroso es reconocer que algo estuvo mal. Si ya eres mamá o papá y has golpeado, puedes empezar a cambiar, pues la culpa que te genera hacerlo nunca es fácil vivirla.  

Lo que hay que entender, recomienda Gaudencio Rodríguez, es que debemos dejar de normalizar esta violencia. En lugar de decir “yo aprendí con golpes”, digamos: “aprendí a pesar de los golpes”, pues quizá tuvo otros factores que le ayudaron a sobrevivir, pero los golpes nunca enseñan nada positivo, lastiman, sugiere el psicólogo.  

Seamos empáticos con quienes aseguran “a mí me pegaban y no tengo traumas” porque, agrega Rodríguez “sí los tienen (ahí está la evidencia científica), lo que sucede es que a lo mejor no los han identificado”.  

El castigo físico en la infancia deja efectos duraderos y perjudiciales en el bienestar emocional y cognitivo de las personas. Romper este ciclo de violencia requiere reconocer el daño causado, dejar de normalizar la violencia y buscar alternativas de crianza basadas en el respeto y la empatía. Es importante comprender que el dolor infligido no es un método de enseñanza válido y que todos (especialmente los niños) merecemos un trato digno y libre de violencia. 

Por Georgina Montalvo

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