María Sabina: la herbolaria y la importancia cultural de las curanderas latinoamericanas
Los primeros medicamentos usados por los seres humanos los encontramos en las plantas. Si echamos una mirada a la Grecia Antigua, podemos ser testigos de cómo las personas —y especialmente las curanderas— usaban hojas y cortezas de sauce para disminuir los dolores de cabeza. Al paso del tiempo, se descubrió que la sustancia que produce este árbol es la salicina, de la cual puede generarse el ácido acetilsalicílico, patentado por Bayer —y no por las curanderas— como aspirina.
Del lado de nuestro continente, fray Bernardino de Sahagún explica, en la Historia general de las cosas de la Nueva España, que el conocimiento médico que tenían los pueblos originarios surgió de manos de mujeres que conocían en profundidad los beneficios de los hongos, piedras, hierbas y raíces, es decir, las curanderas. Los brebajes, pociones, ungüentos y masajes son parte del conocimiento milenario de las curanderas, y una de las más reconocidas en este arte es María Sabina, una cara que nos es familiar en los estandartes de luchas sociales o en playeras que homenajean a la sabia de los hongos.
Medicina a partir de la naturaleza
El mundo vegetal es más que la capa de hierba que cubre el suelo: absorbe la luz solar y la transforma en energía; además, es el alimento de humanos y animales… y también su medicina. Desde tiempos ancestrales, la naturaleza ha sido aprovechada a través del conocimiento de plantas, hongos, tallos, piedras, hojas o raíces, extrayendo sustancias que cumplen una función curativa y que han sido utilizadas para diversas prácticas de sanación.
En México, tenemos una gran variedad climática y de relieve, por lo que hay una vegetación sumamente diversa, de modo que la cantidad de plantas medicinales que han sido utilizadas desde el México prehispánico resulta innumerable. Actualmente, la OMS afirma que más del 70 % de la población mundial depende de las plantas medicinales para sus necesidades básicas de salud, sin embargo, la medicina alópata ha ganado terreno en un campo ampliamente estudiado y que nos ha sido transmitido de generación en generación, producto del sincretismo de saberes indígenas y europeos.
Al recorrer el país, es fácil encontrar hierbas medicinales que crecen de manera silvestre, como el árnica, usada para tratar la inflamación, heridas, hematomas y como antimicrobiano; la lavanda, que en infusión se usa como cicatrizante, analgésico y para disminuir la ansiedad; o la manzanilla, uno de los tés más consumidos en el mundo, que combate la diarrea y previene calambres.
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También es frecuente que en la maceta de entrada de una casa se extienda una planta de ruda, usada como protectora para evitar el mal de ojo. En estos usos, podemos atestiguar el conocimiento popular de la población sobre las plantas, ya sea para usarlas con fines medicinales o místicos.
Las curanderas y su importancia histórica
Desde tiempos prehispánicos, las mujeres han tenido una estrecha relación con la naturaleza; trabajando la tierra han adquirido importantes saberes en la aplicación de la herbolaria. Quienes se han dedicado con mayor empeño a las labores de curación y sanación han sido señaladas popularmente como brujas, hechiceras o curanderas, pero siempre desde una visión peyorativa, lo que históricamente ha sido adverso en su rol dentro de la sociedad.
Las mujeres curanderas fueron las primeras médicas de Occidente; sabían practicar abortos, partos, sobaban, tronaban huesos y cultivaban hierbas medicinales cuyos usos y misterios transmitían a las nuevas generaciones. Durante mucho tiempo, las mujeres fueron excluidas de la ciencia, por lo que popularmente se les llamó curanderas o mujeres sabias; aunque para la mayoría eran charlatanas y hechiceras.
De las curanderas a las madres
Sin embargo, los saberes de las propiedades de los bosques, selvas o desiertos de nuestro país han sido depositados en la memoria colectiva de muchas mujeres que no necesariamente son curanderas. ¿Quién no ha tomado un té de tila hecho por mamá para calmar los nervios? ¿Quién no se ha puesto un pedazo de sábila pegado como curita a una herida? Ese conocimiento —casi exclusivo e invisibilizado— de las mujeres ha desarrollado en ellas las destrezas de curar, de modo que es común encontrar saberes de curanderas en las mujeres mayores de cada hogar.
Hoy, las míticas curanderas, hueseras, rezadoras o parteras tradicionales son lo más cercano a las antiguas prácticas mesoamericanas que se llevaban a cabo en rituales de sanación y cuidado de la salud. Una de las sanadoras mazatecas más reconocidas es María Sabina Magdalena García, una indígena que presidía ceremonias con hongos sagrados.
María Sabina, la sabia de los hongos
María Sabina es un estandarte de la cultura mazateca, cuna de sabias y curanderas que se remonta a las antiguas culturas prehispánicas. Entre cantos, rezos y bailes, María Sabina se conoce como la gran sanadora mazateca, emblema de la contracultura de la década de los sesenta, y llamaba a los hongos sagrados los “niñitos santos” o “santitos” por ser seres especiales que sienten lo que ocurre. De acuerdo con la sabia, los santitos sirven para tres cosas: 1) muestran el origen de la enfermedad, 2) el lugar donde una persona perdió su alma y 3) la adivinación del futuro.
Para los mazatecos, que una persona enferme es resultado de que perdió el espíritu en algún lado, así que con los santitos se pide encontrar el espíritu de los enfermos para lograr la sanación.
Los santitos dados a conocer al mundo por María Sabina, forman parte de la medicina tradicional conformada por un ritual ancestral donde se manifiestan lo sagrado y lo mágico, y que es una muestra de cómo perdura la tradición de los indígenas de la Sierra Mazateca, especialmente de Huautla de Jiménez, Oaxaca, un lugar sagrado.
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Los conocimientos de las curanderas mesoamericanas y mestizas son un enorme misterio que encierran plantas y hongos, y que, si bien han sido estudiados científicamente para descifrar sus componentes químicos, no se ha ahondado en el poder curativo que atribuyen los indígenas a la práctica de rituales. En este contexto, resulta necesario que recuperemos y revaloremos los saberes y tradiciones ancestrales de las curanderas de Mesoamérica.
Por Gabriela Sánchez Figueroa
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