¿Es el amor propio el mismo para todos?
Diría RuPaul (un drag queen estadounidense) una gran frase de amor propio al final de cada capítulo de su programa: If you can’t love yourself, how the hell you gonna love somebody else?… Can I get an amen up in here? (Si no te puedes amar a ti mismo, ¿cómo diablos vas a amar a alguien más? ¿Puedo escuchar un amén aquí?). Antes de continuar, hay que reflexionar un poco sobre el amor propio.
¿Qué es el amor propio?
Empecemos por definirlo. Habrá quién diga que es como querer explicar a qué sabe un chocolate; hay muchos estudios y respuestas sobre el tema, y van desde la Filosofía hasta la Psiquiatría, pasando por la Psicología. En palabras del psiquiatra granadino Enrique Rojas, la autoestima es “el juicio positivo sobre uno mismo al conseguir una armonía entre cuatro elementos básicos del ser humano: físicos, psicológicos, culturales y sociales”. ¿Complicado? Veamos por qué.
Básicamente el amor propio se reduce a una percepción de nosotros mismos que se va modificando con el tiempo. Y dicha imagen afecta la manera como nos conducimos por la vida y cómo nos relacionamos con los demás. Esta autopercepción se convierte en la tarjeta de presentación que damos a las demás personas.
Diferentes respuestas al amor propio
Si bien es cierto que durante siglos se consideró al amor propio como algo egoísta, pecaminoso y profano que debíamos cambiar por desprendimiento y sacrificio, ha habido otras interpretaciones menos modestas de la autoestima. Aristóteles, por ejemplo, habla del amor propio en su Ética a Nicómaco y dice que si es virtuoso amar a tu mejor amigo, lo será aún más amarte a ti mismo; y que sólo aquél que disfruta de su compañía logra una vida virtuosa y podrá aportar más al bien común, lo que relaciona el amor propio con el rol social.
Por otro lado, Erich Fromm dice que la autoestima parte de la idea de que todos merecemos amor; de esa forma, al amarme a mí mismo, soy capaz de amar a la humanidad en sí y al amar a los demás, me amo, como en una especie de ciclo sin fin. Para reforzar esta idea, Rojas dice que una elevada autoestima propicia relaciones saludables libres de envidia y competencia, fomenta la empatía y genera altruismo. Esto último refuerza la creencia de que la estima a los demás parte de la propia.
¿Es una obligación tener amor propio?
Esta idea de que el amor propio es un conocimiento universal que todos deberíamos poseer, pone a aquellas personas que no están enamoradas de sí mismas en un escaloncito abajo de las aptitudes para vivir del resto.
Vivimos en una cultura que se ha dedicado a promover el amor a uno mismo bajo la etiqueta del glamour y la perfección; bajo un canon de belleza que cada vez se cuestiona un poco más pero que afecta a todo individuo. Esto no ayuda al amor propio. Pero ¿sabes qué? No es obligación tuya ni de nadie tener que ser feliz con base en esas medidas de belleza. Puedes amarte tal y como eres. Y eso es incuantificable.
El amor propio vs la banalización del body positive
La “Happycracia” —u obligación de estar constantemente felices— hace una mancuerna perfecta con la imposición del amor a tu cuerpo del body positive. Como mencioné, esto sólo daña nuestros procesos de percepción de nosotros mismos. Más aún cuando este mensaje de “¡Ámate! ¡Quiérete! ¡Valórate!” se viraliza como consigna que difunde el principio de que aquel que no se quiere, no merece amor y ¡nos está fallando a todos!
Entiendo que la finalidad de esta ola del “Self Love” es una reacción a todos esos años en los que nos llamaron a la modestia y al decoro, y se agradece que volvamos al rescate y la liberación del yo, pero banalizar temas de salud mental puede ahogar lejos de rescatar y genera más inseguridades de las que quería aliviar.
Así que, aunque yo no sea el célebre RuPaul, te digo que si tú estás luchando por amarte, sanarte, recuperarte o, sencillamente, por sobrevivir un día más, ¡puedes ser tan amado, amante y amable como cualquiera y mereces todo ese amor y más!… Ahora sí, “Can I get an amen up in here?”.
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