Presidentas históricas, hacia la igualdad de género en el poder
Si no percibimos que las mujeres están totalmente dentro de las estructuras de poder, entonces lo que tenemos que redefinir es al poder, no a las mujeres.
Mary Beard
Desde tiempos inmemoriales, el liderazgo político ha sido dominado por varones, relegando a las mujeres a roles secundarios o menores en la esfera pública. Sin embargo, las mismas mujeres han desafiado los estándares y han logrado ocupar el cargo más alto en la política: la presidencia. En esta nota, exploraremos el ascenso de las mujeres a la presidencia, sus implicaciones y el estado actual de la representación femenina en el mundo.
Mujeres al mando, aún no es suficiente
A pesar de los notables avances de las mujeres en diversos campos, como la política, la mayoría de los países democráticos nunca han sido gobernados por una mujer. De acuerdo con datos de Pew Research Center, al 14 de marzo de 2024, sólo 14 de los 193 estados miembros de la ONU están encabezados por jefas de gobierno. De estos 193, sólo 70 han tenido una jefa de Estado y 5 de los países más poblados —Estados Unidos, Rusia, China, México y Nigeria— nunca han tenido una mujer como líder de su nación.
Según estimaciones recientes, la igualdad de género en los altos círculos de decisión podría tardar al menos otros 130 años en lograrse, revelando un desafío persistente. Estos datos fueron expresados en la sesión anual de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas, destacando la urgencia de abordar la brecha de género en la política de alto nivel.
¿Qué detonó la participación femenina en la política?
El acceso de las mujeres al ámbito político ha sido posible gracias a la lucha histórica por la igualdad de género y la resistencia contra las normas patriarcales arraigadas. Este proceso se inició con las luchas por los derechos civiles y el sufragio femenino en el siglo XIX y principios del XX, sentando así las bases para la participación política de las mujeres en todos los niveles, incluida la presidencia.
Durante el siglo XX, las mujeres desafiaron persistentemente las barreras políticas y sociales. Un hecho significativo ocurrió el 21 de julio de 1960, cuando Sirimavo Bandaranaike fue elegida jefa de gobierno de Ceilán (hoy Sri Lanka) tras el asesinato de su esposo, Solomon, quien ocupaba el cargo. Asumiendo el liderazgo del partido de su cónyuge, Sirimavo ganó las elecciones y gobernó hasta 1965, volviendo posteriormente al poder en 1970. Su hija, Chandrika Kumaratunga, también se convirtió en presidente, liderando al país desde 1994 hasta el año 2000.
Este hito allanó el camino para futuras líderes femeninas, demostrando que las mujeres eran capaces de liderar naciones enteras y desempeñar roles de liderazgo con éxito.
Compromisos internacionales
El acceso de las mujeres a las áreas gubernamentales, incluida la presidencia, ha sido resultado de una serie de eventos y acuerdos específicos, entre los que se encuentran:
- La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW). Adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1979, que estableció una agenda para la eliminación de la discriminación y la promoción de la igualdad de género en la esfera política.
- La Plataforma de Acción de Beijing. Aprobada en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1995, donde se instituyó una agenda global para el avance de los derechos de las mujeres y la igualdad de género en áreas como la participación política, la educación, la salud y la violencia de género.
- Varios países han implementado políticas de cuotas y medidas de acción afirmativa para aumentar la representación de las mujeres en política, como cuotas de género en las listas electorales o asientos reservados en los parlamentos.
Además, el apoyo internacional y la presión diplomática, mediante financiamiento de programas de capacitación y asambleas sobre igualdad de género, también han contribuido al empoderamiento político femenino a escala mundial.
El impacto de las mujeres en puestos de poder
A lo largo de la historia, varias mujeres han dejado huella al ser elegidas, directa o indirectamente como primeras ministras, presidentas o cancilleres de Estado en diferentes países. Entre ellas se encuentran Margaret Thatcher, quien se convirtió en la primera ministra del Reino Unido en 1979, o Angela Merkel, que se destacó como canciller alemana durante más de una década. En América Latina, figuras como Michelle Bachelet, en Chile, y Dilma Rousseff, en Brasil, sentaron precedente al ser las primeras mujeres en ocupar la presidencia de sus respectivos países.
Mención aparte merece Ertha Pascal-Trouillot, primera presidenta de Haití en 1990 y primera mujer afrodescendiente en llegar a la presidencia en el continente.
Aunque el hecho de que una mujer sea la titular del ejecutivo no garantiza automáticamente un progreso en las condiciones de vida de las mujeres, esto tiene un impacto significativo, pues aporta diferentes perspectivas y habilidades que moldean la agenda política. Para que se reconozcan las situaciones de desigualdad que todavía persisten en la estructura social, se necesita una agenda de género progresista que busque romper los llamados “techos de cristal” y los pactos partidistas que sólo beneficien a unas cuantas personas.
En aras de las elecciones en México, cabe mencionar que una sociedad que cuestiona su capacidad para ser gobernada por una mujer sugiere que considera el dominio masculino como el orden natural, donde el hombre tiene el derecho exclusivo al espacio público y la presencia femenina es vista con escepticismo.
En tales circunstancias, la igualdad es difícil de alcanzar incluso si una mujer ocupa el puesto de presidenta. Por lo tanto, el verdadero desafío no radica únicamente en la presencia de mujeres, sino en los conceptos que justifican su ausencia.
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