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La alquimia… ¿existe y puede aplicarse en nosotros mismos?

La alquimia es un concepto surgido para explicar un proceso que consiste en transmutar el valor de un material en otro. El ejemplo de transformación más conocido es el del plomo en oro. Pero ¿existe en la vida real? 

Los alquimistas fueron los primeros químicos de la Edad Media que se encargaron de valorar la posibilidad de la conversión de los materiales a su disposición, sobre todo, metales. Sin embargo, en la época moderna, el concepto de alquimia cambió de significado. 

La alquimia para la psicología 

Para Carl Jung, es el alma del ser humano la que debe llevar a cabo este proceso de transformación, de alquimia. A partir de la etimología de psique como “alma” y no “mente”, es posible para Jung comprender la alquimia como una transmutación psicológica. 

Así, entonces, en el psicoanálisis, llevamos a cabo un diálogo entre el inconsciente y la razón, donde expresamos, deshacemos y rehacemos nuestras percepciones acerca de la vida y las situaciones, cuyo medio para comunicarnos muchas veces es el lenguaje simbólico, el cual tiene un extraordinario parecido con la alquimia y el lenguaje de sus procesos 

Las representaciones simbólicas de la alquimia son muchas, pero partiendo del proceso alquímico-psíquico podemos decir que el alma humana en situación de inconsciencia es como la piedra filosofal y, mediante un proceso personal —semejante a los procesos que llevaban a cabo los alquimistas—, se puede hacer que una persona transforme su personalidad hasta volverse un ser más brillante y valioso, como el oro.   

Pero ¿cuáles son los elementos básicos del método de alquimia psíquica descrito por Jung? 

Trabaja con tu propia materia 

Jung creía que así como los alquimistas usaban metales simples y materiales químicos diversos, los psicólogos podrían usar de material alquímico los contenidos inconscientes, como son los sueños. Por ejemplo, el agua de vida como el flujo del tiempo y espacio, el Sol como la representación de Dios y del proceso de individuación que lleva a todo ser a reconocerse como tal, con todo y su poder para cambiar la realidad; el Uróboros  o serpiente que se muerde la cola como la representación de los eternos ciclos, la flor o mandala como centro psíquico de la personalidad que florece y se expande en vida y creación, etcétera.  

Busca la integración de los opuestos antes que la polaridad 

Se refiere a la percepción e interpretación de todos los símbolos que se proyectan o emergen del material inconsciente de los sueños, creando dicha dialéctica o intercambio entre el lado consciente o racional y el lado inconsciente donde, para Jung, la luminosidad del oro no se puede lograr sin antes integrar la oscuridad o sus más negras intenciones.  

Dice Carl Jung que “la unión de lo que no puede unirse” y la capacidad de “pensar en paradojas” permiten la cohesión y renovación de la personalidad, y que sólo quien haya tenido esta experiencia está en condiciones de comprender y confirmar su efectividad, argumentando que “la vida, para cumplirse, no necesita ser perfecta, sino completa”. 

Imagina que eres un ser capaz de adaptarte a cualquier situación 

Una vez integradas todas las grandes paradojas de la vida se puede crear algo nuevo. Es en este momento en que se manifiestan como algo nuevo y diferente y nos volvemos una persona nueva, más íntegra, creada por nosotros mismos como en un proceso de autofecundación o autocreación, logrando el Selbt descrito por Jung que no sólo es el punto central, sino que además comprende la extensión de la consciencia y del inconsciente; es el centro de esta totalidad, así como el yo es el centro de la consciencia. 

Es así como se crea el gran opus u obra maestra, donde nos volvemos artistas y arquitectos de nuestro propio destino. 

En resumen, usando como material nuestros contenidos inconscientes podemos realizar la alquimia de nuestro propio ser, interpretando, integrando y reformulándonos a través de la imaginación, para crear la propia obra, la propia vida, consiguiendo convertir nuestra alma en lo más valioso, como el oro, que no puede mostrar su brillo si no hay oscuridad que lo contraste.  

Por Rosario Otero 

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