La leyenda del cuarto rey mago. Más allá del oro, el incienso y la mirra
Para la mayoría de la gente en el mundo occidental, es conocida la historia de unos reyes, magos y sabios, procedentes de Europa, Asia y África, que viajaron desde Oriente hasta Belén, siguiendo una estrella y portando tres obsequios para adorar a un recién nacido de nombre Jesús.
Aunque el relato evangélico que habla sobre los Reyes Magos es muy breve, su importancia ha sido profunda en la tradición cristiana, y con el tiempo surgieron numerosas interpretaciones y mitos sobre su existencia, de dónde procedían y especialmente sobre el número de ellos: ¿es verdad que eran tres? ¿Qué hay de la existencia de un cuarto rey mago? De esto y más hablamos en esta nota.
¿De dónde vienen los Reyes Magos?
“Reyes Magos” es el nombre con el que la tradición cristiana se refiere a los personajes que, según el Evangelio de Mateo —incluido en el Nuevo Testamento de la Biblia—, llegaron desde Oriente para rendir homenaje al recién nacido Jesús de Nazaret y ofrecerle regalos de gran simbolismo.
De los evangelios canónicos, es decir, aquellos escritos hacia el siglo I y aceptados por la Iglesia cristiana, sólo Mateo menciona la presencia de estas figuras: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ‘¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?’. Y, al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”.
Como podemos observar, Mateo no menciona sus nombres y ni especifica que fueran tres. La descripción más detallada sobre estos personajes se encuentra en los llamados Evangelios Apócrifos, textos que no fueron incluidos en la Biblia y que contienen diversos episodios sobre la vida de Jesús, los cuales no siempre coinciden con los relatos canónicos.
¿Por qué se les llama “magos” y “reyes”?
La palabra magos es una transliteración del griego, derivada del antiguo persa magus, que se refería a sacerdotes y sabios. En el contexto del siglo I, el término mago designaba a sabios o astrólogos, generalmente provenientes de Persia, Babilonia o Arabia, regiones en las que la astrología y la interpretación de los astros eran prácticas comunes.
Por otro lado, aunque la tradición popular los ha consagrado como reyes, esta denominación apareció a fines del siglo III. Fue Tertuliano, uno de los padres de la teología cristiana, quien primero afirmó que los magos eran de estirpe real, basándose en un salmo de la Biblia. Además, dado que los regalos que entregaron a Jesús eran sumamente valiosos, parecía obvio que estos visitantes debían ser persona de gran riqueza y poder, como los reyes.
En cuanto a sus nombres individuales, es posible que estos procedan de un manuscrito alejandrino, que data del año 500 y que los nombra Bhitisarea, Melichior y Guthaspa. La primera vez que se vio una representación de ellos fue en el mosaico de San Apolinar el Nuevo en Rávena, Italia, que data del siglo VI, en el que se distingue a los magos con atuendos persas, sus nombres escritos encima y representando distintas edades.
El cuarto rey mago
Una de las interrogantes más comunes es el número de estos personajes. La tradición popular ha mantenido la idea de tres reyes magos, probablemente influenciada por los tres regalos mencionados en Mateo: oro, incienso y mirra. Sin embargo, en los primeros siglos del cristianismo, no existía consenso sobre el número e incluso, algunos textos mencionan dos, cuatro y hasta doce.
Existe una larga tradición oral que habla de la posibilidad de que hubiera, al menos, otro rey procedente de Persia, que entregaría al recién nacido los frutos de la Madre Tierra: zafiro, jade y rubí. Esta tradición se remonta al Imperio Bizantino, en el siglo V o VI, y fue el germen para que, en 1896, Henry Van Dyke un teólogo norteamericano, escribiera un cuento llamado El otro rey mago, al que llamó Artabán.
La historia cuenta que cuatro personajes, ubicados en regiones distantes y comunicándose mediante mensajeros, descubrieron una constelación que los guiaría a Belén y acordaron encontrarse en un punto común. Melchor venía de Europa oriental, Gaspar de Asia, Baltasar de África y Artabán de Persia. Mientras que los tres primeros llegaron a tiempo, Artabán enfrentó obstáculos y realizó actos de generosidad que retrasaron su viaje.
Primero, se encontró con un hombre herido y hambriento a quien le entregó el zafiro destinado a Jesús. Luego, en Judea, vio a un soldado que iba a matar a un recién nacido y lo detuvo ofreciéndole el rubí, lo cual le llevó a ser encarcelado durante 30 años. Liberado ya adulto, se enteró de la crucifixión de Jesús y, en su viaje hacia Jerusalén, ayudó a un hombre que intentaba vender a su hija, entregándole su última ofrenda, la piedra de jade.
Aunque nunca llegó a conocer a Jesús, la leyenda relata que, tras su muerte, Artabán fue recibido por él, agradeciéndole su bondad. De esta manera, aunque la historia no está basada en textos bíblicos o históricos y tampoco es reconocida por la tradición cristiana, ha cobrado popularidad como un relato de bondad y compasión, recordando que ayudar a otros es una forma de acercarse a lo divino.
El escritor español Santi García menciona lo siguiente: “Como podemos apreciar, [la leyenda de Artabán] se trata de un texto cargado de connotaciones religiosas, pero con un trasfondo antropológico muy importante: y no es otro que la búsqueda de la humanización de los reyes magos de oriente. Muchos hablan de que Artabán está oculto en cada uno de nosotros, y que gracias a él nunca se perderá algo que la misma Pandora hubiera matado por obtener: la esperanza”.
PDFs
GRATIS