¿Has escuchado hablar sobre el tema de la cultura de la cancelación?
¿Has escuchado hablar sobre el tema de la cultura de la cancelación?

¿Has escuchado hablar sobre el tema de la cultura de la cancelación?

Hay varios ejemplos de cancelaciones de famosos que podemos citar aquí, empezando con el bofetón de Will Smith en los premios Oscar, que le causó un muchas críticas en redes sociales y su expulsión de los premios por 10 años. También está el caso de J. K. Rowling, creadora de “Harry Potter”, que fue señalada de transfóbica y TERF (Feminista Radical Trans-Excluyente, por sus siglas en inglés) por algunas declaraciones que hizo en Twitter. Uno más en la lista es el cantante J Balvin, que fue acusado por diversas agrupaciones sociales e, incluso, instancias del gobierno de su país, de fomentar la violencia contra la mujer y el racismo, tras la presentación de su video “Perra”.    

Pero ¿qué significa que “se cancele” a alguien?  

En pocas palabras, la cancelación es una actividad que muestra la postura de una persona frente a una circunstancia. Nada fuera de este mundo, nada incomprensible, y de hecho es algo que hacemos en nuestra rutina diaria en la actualidad: retiramos nuestro apoyo a las cosas que nos desagradan y lo comentamos con los que nos rodean (mediante alguna red social). Parece casi inofensivo cuando se hace de manera individual, pero ¿qué pasa cuando varias personas llevan a cabo esta actividad sobre un solo objetivo? Por ejemplo, un grupo de gente exponiendo su desaprobación hacia una persona. Cuando se junta la gente, aparece la cultura de la cancelación. 

La cultura de la cancelación como actividad masiva y el activismo 

Derivado del auge de la cancelación (como actividad individual), surgió otro concepto más complejo: la cultura de la cancelación o cancel culture. Aquí hay que prestar atención a tres términos: masivo, desaprobación y presión social. Por un lado, tenemos la acción individual de “retirar el apoyo” de una persona, marca u organización; y, por el otro, la manifiesta desaprobación de un conjunto de personas que pretenden ejercer presión sobre una figura pública. 

Fuente imagen: Newsweek México. 

No obstante, hay que tomar en cuenta la manera en que se ejerce la presión social hasta volverla activismo. Un ejemplo de esto es el movimiento #MeToo, un ejercicio que sirvió para garantizar justicia a las víctimas de acoso y violencia sexual en Hollywood, y que se movió a otras instituciones, incluyendo las académicas, en otros países. Una gran cantidad de movimientos sociales se han visto beneficiados en la búsqueda de una aplicación imparcial de la justicia, y es aquí donde el contraste con la cultura de la cancelación se hace notar. 

Los matices de la cultura de la cancelación 

La cultura de la cancelación se debate entre ser un medio para validar los inapreciables progresos filosóficos de la humanidad, como los Derechos Humanos, y ser la más grande herramienta creada para tirar el hate. Al parecer, después de haberse corroborado su efectividad para mejorar la perspectiva de justicia, muchos usuarios optaron por analizarla y utilizarla para objetivos menos trascendentales, como destruir microempresas, dañar la imagen pública de artistas que no fueran de su agrado, forzar a otros usuarios a estar de acuerdo con la postura propia, entre otras cosas que se pueden mencionar, y esto ha propiciado que se vea como un problema social 

Esta situación no es para tomarse a la ligera, ya que al menos en Estados Unidos, algunos congresistas han intentado hacer que se tipifique este fenómeno como un nuevo tipo de mafia. Además, en otras posturas, hay que ver el aporte de Elisabeth Noelle-Neumann, con su teoría de la espiral del silencio, en la que se analiza la opinión pública como una forma de control social, mediante la cual las personas se adaptan a la actitud predominante para no caer en el aislamiento. Los grupos que muestran la postura mayormente aceptada tienden a desacreditar o aislar a otros que no concuerden con su aportación. Esto promueve un bloqueo social a la libertad de expresión y obliga a la opinión pública a ir en una sola dirección. 

¿Qué hacer con la cultura de la cancelación? 

La cultura de la cancelación de alguna manera ha ayudado a mejorar diversas condiciones sociales (como en los casos de abuso que cometieron Woody Allen y Roman Polanksi)  y ha unido a la población en una multitud de ocasiones, pero su uso irresponsable podría acarrear problemas muy grandes y normalizarlos, similares a los ocasionados por cyberbullying, o propiciar que los sistemas jurídicos regulen esta actividad y se vea comprometida la libertad de expresión y tú sabes que eso siempre pinta mal.  

Al final, queda la pregunta: ¿cuál sería el criterio a utilizar para convertir la cancelación en una forma de activismo sin que se convierta en una “cacería de brujas”? 

 

Por Luis Manuel Gutiérrez Morales. 

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