¿Qué crees?… ¿Ah, no sabías que nos gusta el chismecito?
¿Qué crees?… ¿Ah, no sabías que nos gusta el chismecito?

¿Qué crees?… ¿Ah, no sabías que nos gusta el chismecito?

¿Habrá alguien en el mundo que no se emocione al leer un “WEEEEEEEEEY” en su celular, anunciando un chisme bueno o la voz entre susurrada y aguda de esa amistad que siempre se entera de todo diciendo “¿Qué crees?” como vaticinio de algo interesante? Tal vez el Dalái Lama no sea uno de ellos, pero parece que para el resto de los mortales es motivo de disfrute el saber de la vida, obra, amores, pecados, aventuras y desventuras de otras personas –sean conocidos, desconocidos, cercanos o seres absolutamente inalcanzables–; sin embargo, ¿por qué disfrutamos tanto de un buen chisme?

@larousselatam

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¡A ?, chismecito!

Empecemos por analizar qué nos gusta del chisme. Si nos basáramos en la filosófica idea de que al ser humano le mueve el saber, o saberlo todo por el simple hecho de estar al tanto y ya, nos daría lo mismo conocer las nuevas reformas fiscales que enterarnos si Belinda va a empeñar el costoso anillo de compromiso o a devolverlo; y leeríamos los antecedentes del conflicto Rusia-Ucrania con la misma avidez que nos echamos el hilo del conflicto Miley Cyrus-Liam Hemsworth en Twitter. Pero no, aparentemente el chisme tiene sus reglas y no se trata de “saber por saber”, sino de saber algo entre turbio, gracioso, secreto -e incluso escandaloso- de otro.

Porque, ¿cuál es el chiste de saber que la vecina se casó con su compañero de la universidad con el que duró dos años de noviazgo y acaban de anunciar su embarazo? ¿¡¿ESO QUÉ?!? O sea, no se desprecia, pero, ¿cuál es la relevancia de este chisme? ¡Ahhhh! Pero la cosa cambia si a lo anterior le agregamos que el hoy marido es el ex novio de la prima a la que dejó embarazada para irse con la vecina y ahora que esta chica está encinta, la mencionada pariente publica: “El que es mal padre de uno, será mal padre siempre, no importa cuántos hijos tenga”, ¡ahí ya cambia la cosa! Y para que este chisme sea aún más sabroso, se tiene que compartir con alguien que tenga ese interés, un cómplice que escuche e incluso, que enriquezca la historia que acabamos de descubrir con datos aún más picantes.

Ahora, ¿para qué quiero saber la vida amorosa de la vecina? La respuesta es fácil: para calificarla, evaluarla y juzgarla. Lo “rico” del chisme radica en las caras de sorpresa de quien recibe esa información, los “¡híjole!” y los “ohhhh”, los “¡no lo puedo creer!”, “¿quién la viera?” y los “pues ya sabes que a mí no me gusta meterme en la vida de los demás, pero…” que compartes cuando estás echando chal.

Según el sociólogo Rudi Wielers (1998), el chisme tiene tres elementos básicos:

  1. los caracteres o personajes (el narrador, el escucha y las víctimas);
  2. la historia y, por supuesto,
  3. la evaluación.

Todo esto suena muy claro, pero la pregunta inicial sigue sin respuesta, ¿por qué nos gusta el chisme? Para saber, compartir y juzgar, pero, ¿por qué?

Las funciones sociales del chisme

No soy Pablo Chagra, pero te cuento todo el chismillenial, ¡pásale! Habrá quién diga que eso es sólo para gente sin quehacer que no tiene vida, pero fíjate que tal parece que eso no es del todo cierto, pues según varios estudios sociológicos, psicológicos y hasta filosóficos, aseguran que la función del chisme va mucho más allá del ocio y es una necesidad natural del ser humano como ser social. De hecho, hay estudios que aseguran que el chisme tiene, por lo menos, tres funciones básicas en el acontecer social:

  1. Generar redes: “La gente chismea para crear una red social e incluirse a sí mismos en ese círculo. Para adjudicarse a sí mismos la ventaja de estar en el grupo correcto”, afirma el profesor Nigel Nicholson, de la London Business School. Dicho sencillamente, nos permite sentirnos unidos con los que hablamos del tercero ausente y hacer una red en la que nos sentimos identificados y protegidos (por los menos, mientras no dejemos nuestro asiento y empiecen a hablar de nosotros).
  2. Formar alianzas: En dicha red proyectamos nuestras creencias y valores comunes al juzgar al otro, calificando negativamente y exaltando nuestra superioridad moral, lo que crea alianzas y, al mismo tiempo, estrecha lazos por complicidad. Todos sabemos que está mal hablar de alguien a sus espaldas, por eso, si lo hacemos con alguien, nos volvemos cómplices y eso nos une. Fortalece amistades, para que me entiendas.
  3. Lograr acuerdos e influencias: En esas redes formamos alianzas, y en ellas hay una cierta jerarquía en la estamos por encima de los juzgados, sacamos conclusiones sobre los actores ajenos con la esperanza de que eso influya –en menor o mayor medida– en las acciones de algunos integrantes de esa red.

¿Vas a ir con el chisme?

Así, el chisme tiene la función social de unirnos, crear comunidad, estrechar lazos y establecer valores, pero, además, dicen por ahí que ayuda a que el cerebro genere endorfinas, y con ello, reduce el estrés.

Por otra parte, el chisme existe desde hace siglos, y por más que ha sido rechazado, descalificado y satanizado, no sólo no ha desaparecido sino que hasta lo hemos perfeccionado, ¡años de avances tecnológicos al servicio del chisme! Y todos, desde el más elevado hasta el más argüendero, hemos estado en alguna de las esquinas del chisme alguna vez: inventándolo, difundiendo, escuchando o padeciendo las consecuencias. Porque a todos nos encanta oír una buena historia desde el: “Y que agarro y que le digo…”, pero bueno, ya cada quién sabrá, porque… ¿quiénes somos nosotros para juzgar?

Por: Andrea Morán

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