Palacio de Lecumberri: historia de la prisión que albergó a presos famosos
El Palacio de Lecumberri, conocido popularmente como “El Palacio Negro”, fue una icónica prisión mexicana inaugurada el 29 de septiembre de 1900 por el presidente Porfirio Díaz. Este establecimiento marcó un hito en la historia penitenciaria de México, albergando a numerosos personajes notables y convirtiéndose en un testimonio vivo de las contradicciones entre las intenciones de reforma y la realidad de la represión en el sistema penitenciario mexicano.
Antecedentes e inauguración de la penitenciaría
San Juan de Ulúa fue la única prisión nacional durante el Porfiriato, mientras que las cárceles metropolitanas del entonces Distrito Federal estaban abarrotadas y en condiciones deplorables.
En la cárcel municipal, los reos comían frijoles, atole, caldo y pan, y sólo los no sentenciados tenían permitido que sus familiares les llevaran comida. La situación en la cárcel de Belem, establecida en 1863, era alarmante. Inaugurada para 600 reos, en 1879, albergaba a 2000 presos, incluyendo alrededor de 300 mujeres en condiciones insalubres y sin separación por edad o delito.
Para solventar los problemas que este contexto suponía, la Penitenciaría de México fue inaugurada el último año del siglo XIX al oriente de la capital, durante la presidencia de Porfirio Díaz. Aunque la nueva penitenciaría fue construida para reos sentenciados, peligrosos o reincidentes, y Belem continuó como cárcel preventiva sin mejoras, la inauguración fue un acto triunfal que mostraba que el nuevo siglo sería una etapa de orden y progreso. Sus primeros ocupantes, trasladados cuatro días después de su apertura, fueron cinco homicidas condenados a 20 años por tal delito.
Diseño y arquitectura del “Palacio Negro”
La prisión de Lecumberri, reconocida como una joya arquitectónica, destacó por su diseño panóptico, una innovación que permitía la vigilancia constante de los reos desde un punto central. Este diseño, ideado por el filósofo Jeremy Bentham, se implementó para facilitar la supervisión sin que los prisioneros se supieran cuándo se observaban, para fomentar la autodisciplina entre ellos.
La estructura de Lecumberri, con sus imponentes muros gruesos y su estratégica distribución de vigilancia, reflejaba un intento de controlar y reformar a los reclusos. Sin embargo, este mismo diseño también simbolizaba la represión y el sufrimiento, convirtiendo la prisión en un lugar de condiciones duras y opresivas. Muchos reclusos vivieron bajo constantes abusos y maltratos, experiencias que dejaron una marca imborrable en la historia de la penitenciaría.
Lecumberri estaba diseñada para ser una fortaleza impenetrable. Cada cuarto estaba reforzado con láminas de acero y una puerta metálica de considerable grosor y espesor, lo que aseguraba que los reos perdieran toda esperanza de huir. Con el tiempo, el diseño original se fue modificando y se alzaron dos edificios redondos llamados circulares. Estas estructuras estaban destinadas a mantener en aislamiento a quienes habían sido sancionados, funcionando como “una cárcel dentro de otra”.
En 1908, se hizo la primera ampliación del inmueble, ya que la capacidad de internos rondaba los mil. Para 1971, la población había aumentado a tres mil ochocientos presos, aunque llegaron a habitar incluso más de seis mil internos. Las condiciones para los reclusos se deterioraban cada vez más debido al hacinamiento.
El notable incremento de la población también significó que, en un principio, hombres y mujeres habitaran el inmueble. Con la apertura de la Cárcel de Santa Martha, las mujeres de Lecumberri fueron trasladadas a su “nuevo hogar”. Sin embargo, las recién detenidas debían permanecer 72 horas en Lecumberri hasta expedir el auto de formal prisión.
A pesar de su propósito original de rehabilitación, las condiciones dentro de la prisión eran severas y muchas veces inhumanas. La prisión estaba dividida en crujías según el delito, y su sobrepoblación llevó a la construcción de celdas adicionales. Además, el sistema corrupto permitía a los presos adinerados obtener mejores condiciones de vida dentro de la cárcel.
Los renombrados inquilinos de Lecumberri
Lecumberri —o el Palacio Negro— albergó a lo largo de su historia a numerosos personajes reconocidos. Uno de los primeros en destacar fue el revolucionario Pancho Villa. Posteriormente, Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido como Juan Gabriel, quien estuvo preso más de un año acusado de robo.
Otros nombres que resuenan corresponden a importantes líderes políticos y culturales de la época, tal es el caso de Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Chava Flores, Ramón Mercader, José Revueltas, David Alfaro Siqueiros y Álvaro Mutis. Otra historia a resaltar es la del respetado escritor José Agustín, quien relató su estancia en Lecumberri en su libro El Rock de la Cárcel.
Gregorio “Goyo” Cárdenas es sin duda uno de los casos más polémicos referentes a Lecumberri. Antes de su encarcelamiento, la prensa capitalina lo convirtió en un ícono mediático al destacarlo como un estudiante de la UNAM becado por Pemex, su estatus de clase media contradecía la imagen típica de un criminal.
Había estrangulado a cuatro mujeres y enterrado sus cuerpos en su jardín, actos que le otorgaron el apodo de “el estrangulador de Tacuba”. Tras las rejas de Lecumberri, Cárdenas estudió Derecho y ayudó a otros reclusos con sus procesos. En los años 70, Goyo fue presentado como un “caso de éxito” y la prueba de que las cárceles mexicanas podían ser centros de readaptación.
Además de estos prisioneros ilustres, miles de reos sufrieron los horrores de la prisión en condiciones frecuentemente inhumanas.
El Palacio de Lecumberri actualmente
A pesar de las reformas y los esfuerzos por mejorar el sistema penitenciario a lo largo de los años, Lecumberri permaneció como un lugar sombrío y temido. Su reputación como prisión de alta seguridad, donde convivían criminales comunes con presos políticos, contribuyó a su infamia.
“El Palacio Negro” se convirtió en un símbolo de la mano dura del gobierno porfirista y, posteriormente, del régimen postrevolucionario.
Lecumberri operó como prisión hasta 1976, cuando fue cerrada y posteriormente transformada en el Archivo General de la Nación. Este cambio de función marcó el fin de una era y el comienzo de una nueva etapa para el edificio, que actualmente alberga documentos históricos de gran importancia y sigue siendo un monumento histórico de relevancia en México.
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