Leonora Carrington, la última surrealista
No tuve tiempo para ser la musa de nadie, estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser artista.
Leonora Carrington
Leonora Carrington es una de las figuras más destacadas del surrealismo, movimiento que plasma lo onírico, lo irreal, aquello que habita dentro de la mente del inconsciente y que es fuente de la propia imaginación.
Nació en Inglaterra, pero su existencia estuvo marcada por experiencias que la condujeron a México. Estas mismas vivencias marcaron sus creaciones artísticas y literarias, caracterizadas por una imaginación desbordante y un nutrido simbolismo. Esta nota es un recorrido por algunas de sus obras y los sucesos que definieron a esta artista que se negó a ser sólo una musa.
Los encabezados son enunciados de la propia Leonora durante la entrevista realizada por Cristina Pacheco en Canal Once, en el año 2000.
Leonora Carrington
“Soy como los gatos, tengo curiosidad y quiero saber de dónde vienen las cosas”. Los primeros años de Leonora
Leonora Carrington nació el 6 de abril de 1917 en una residencia aristocrática en South Lancashire, Inglaterra. Hija de Maurie Moorhead, irlandesa protestante, y Harold Wilde Carrington, empresario textil inglés, creció en un entorno de lujo que contaba con su propio bosque, personal de servicio, niñeras, perros y caballos.
Su infancia estuvo marcada por la opulencia y la utopía. Su espíritu, rebelde y fantasioso, se alimentó del misticismo celta, cultura que descubrió gracias a su madre, su abuela y su niñera, todas de origen irlandés.
En 1935, con el objetivo de encontrar un pretendiente a matrimonio, fue presentada en sociedad en un baile ante la corte del rey Jorge V. El suceso, que ella consideró una imposición, quedó plasmado en su cuento La debutante (1937) y las ataduras que sufría por parte de su familia inspiraron su primer autorretrato titulado La posada del caballo del alba, cargada de referencias animalescas, mitología y magia que hablan de rebelarse contra lo establecido.
“Todos los niños dibujan… yo sigo dibujando”. La pasión de Leonora
Expulsada de dos instituciones educativas por su comportamiento excéntrico, como escribir con ambas manos a la vez, a Leonora lo que verdaderamente le atraía era el arte. Pese a la objeción paterna, inició sus estudios artísticos en la Miss Penrose School for Girls en Florencia, donde se familiarizó con el renacimiento y los cuadros de Jheronimus Bosch. Luego, estudió en Londres con Amédée Ozenfant quien, además de instruirla en el arte del dibujo, la motivó a explorar textos de alquimia.
En los años 30, su vida cambió radicalmente tras visitar la primera exposición de arte surrealista y conocer al destacado surrealista alemán Max Ernst. Se enamoró de ambos. En el surrealismo, encontró un espacio ideal para explorar temas como el gnosticismo, la cábala, la numerología y las ciencias ocultas. Con Ernst, inició una relación, pese a la diferencia de edad y que él era casado.
La pareja se trasladó a Francia, donde tuvieron una fructífera etapa creativa. Ahí también conoció a figuras como Pablo Picasso, Salvador Dalí y André Breton. Sin embargo, se enfrentó a sus ideas retrógradas sobre las mujeres, a quienes sólo querían como musas, clasificándolas como hechiceras o niñas.
“El unicornio se convirtió en caballo, el cuerno se le cayó en el camino”. Su paso por España y México como destino
En 1939, con la amenaza nazi en Francia, Ernst fue arrestado por su antifascismo, lo que llevó a Carrington a huir a España en busca de ayuda, donde fue violada por paramilitares carlistas. Este trauma le causó un colapso nervioso y, aprovechando su vulnerabilidad, sus padres la internaron en una clínica psiquiátrica, donde recibió tratamientos que le provocaron convulsiones y depresión.
Estos episodios quedaron retratados en Memorias de abajo, un relato y una pintura que reflejan su sufrimiento durante el internamiento. La periodista Ana Tenías, expresa que la obra “es una decidida representación del estado vital de Carrington, pero también el espejo de lo que supuso, durante muchos años, la enfermedad mental para las mujeres”.
En 1941, cuando iba a ser trasladada a otra clínica, Carrington escapó y se refugió en la embajada de México en Lisboa, donde se reencontró con Ernst. Sin embargo, su amigo Renato Leduc le propuso matrimonio para sacarla de Europa, y ella aceptó. Juntos se trasladaron a Nueva York, relacionándose con el círculo surrealista exiliado. Un año después, la pareja llegó a México, donde se divorciaron, pero mantuvieron una estrecha amistad.
“El país surrealista”. Su vínculo con México
A partir de 1946, Leonora, ahora casada con el fotógrafo húngaro Emérico Chiki Weisz e instalada en la Ciudad de México, tuvo una etapa creativa y estable. Durante casi 70 años, vivió en diferentes colonias de la capital, como la San Rafael, Mixcoac y la Roma. Cada una de sus viviendas sirvió como estudio.
Las relaciones más significativas que forjó fueron con otras artistas exiliadas como la fotógrafa Kati Horna y la pintora Remedios Varo quienes, junto con ella, crearon un refugio para el surrealismo en México. La gente, los paisajes, la comida, las plantas y animales le resultaron sumamente exóticos. Los rituales relacionados a la muerte le sorprendieron especialmente, encontrando en ellos ecos de la cultura celta de sus orígenes.
Realizó obras como La Giganta (1946) y Entonces vimos a la hija del Minotauro (1953), uno de sus cuadros emblemáticos donde incluye a sus dos hijos, Gabriel y Pablo. En los años cincuenta y sesenta, se involucró en la producción textil; escribió La trompetilla acústica y La invención del mole; diseñó el vestuario y la escenografía de las obras de teatro Penélope, de su autoría, y La fille de Rappaccini de Octavio Paz. En 1963, pintó El mundo mágico de los mayas en el Museo Nacional de Antropología, un mural de cuatro metros de largo. Este proyecto la llevó a pasar unos meses en el sur de Yucatán, donde estudió las diferentes prácticas religiosas y tradiciones de la cultura maya.
“Una permanente contadora de historias”
Leonora también participó en la formación del grupo feminista de Ciudad de México, gestado desde los años sesenta por Rosario Castellanos y otras mujeres que luchaban por sus derechos civiles. Entre sus contribuciones a la causa se encuentra el cartel titulado Mujeres conciencia, cuyo simbolismo apunta al mito de la expulsión del paraíso, pero únicamente se encuentran dos Evas intercambiando los frutos del árbol del conocimiento.
El prestigio de Leonora se extendió por México y Estados Unidos, donde vivió por varias temporadas. Sus obras forman parte de colecciones del MoMa de Nueva York, la Tate Gallery en Londres, la colección Peggy Guggenheim en Venecia y el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Recientemente, su obra Las distracciones de Dagoberto fue vendida por 28.5 millones de dólares en la casa de subastas Sotheby’s, lo que la ha convertido en una de las cinco artistas más cotizadas del mundo.
Probablemente la Escultura Cocodrilo, una embarcación de bronce en forma de cocodrilo que transporta a seis criaturas, se trate de la pieza más popular de la artista. Se localiza al aire libre en Reforma donde miles de personas pueden contemplarla a su paso todos los días.
Su obra se exhibió en Europa, América y Asia. En 2004, recibió la Orden del Imperio Británico de la reina Isabel II y en 2005, el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México. Desde 2018, el Museo Leonora Carrington en San Luis Potosí y Xilitla difunde su obra, incluyendo sus numerosos libros. La Universidad Autónoma Metropolitana gestiona el proyecto Casa Estudio Leonora Carrington para preservar su patrimonio y legado.
La rebelde Leonora falleció el 25 de mayo de 2011 a los 94 años. A lo largo de su vida, enfrentó la visión moralista de su familia, el machismo del movimiento surrealista que la veía como musa y no como artista, y soportó el encierro y el exilio. Siempre logró liberarse y expresar su visión, afirmando: “Cuando uno belleza y fealdad, realidad y fantasía, horror y alegría, no represento sino lo que somos, lo que no nos atrevemos a asumir porque nos da miedo. Es más fácil y menos doloroso tomar conciencia de lo exterior, de la fachada, de los objetos concretos que nos tranquilizan, porque supuestamente son los poseedores de la realidad”.
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