Rituales y símbolos de poder de los mexicas y mixtecos
Los retratos de la realeza que vemos siempre van acompañados de sus insignias de poder: coronas, espadas, cetros, etcétera. Estos objetos son un marcador de prestigio y privilegio que los acredita como soberanos de un pueblo o de una nación. Pero te has preguntado ¿qué atributos portaban los gobernantes mexicas y mixtecos en la época prehispánica?
Lo que sobrevive del pasado: los objetos y el poder
Entre otras cosas, los arqueólogos e historiadores se han preocupado por entender cómo era la vida para las culturas que ya no conocemos. Después de la llegada de los españoles al ahora llamado continente americano, las creencias, costumbres y políticas de las culturas que aquí vivían cambió profundamente.
Así, una manera de conocer la forma de vida de las poblaciones antiguas es a partir de sus representantes políticos ya que de ellos sobrevive en mayor medida sus pirámides, sus códices que les retratan, sus tumbas, así como otros datos interesantes que nos acercan a la manera en la que se organizaban las poblaciones mesoamericanas y sus creencias.
Durante las siguientes líneas, hablaremos de los principales rituales y elementos que portaban los gobernantes prehispánicos de dos regiones: mixtecos y mexicas.
Objetos de poder en los códices mixtecos
Primero, es importante mencionar que la religión y la política mesoamericana estaban muy ligados, los gobernantes también eran los representantes religiosos de su pueblo.
Segundo, de manera general, los gobernantes portaban objetos de poder (como bastones de mando), sus cuerpos también estaban marcados por elementos que denotaba su rango (como perforaciones y pintura corporal), pero, sobre todo, ellos se sometían a ritos y autosacrificios que los hacía merecedores de sus cargos.
Posiblemente, las imágenes más representativas de los símbolos de poder los podemos obtener de los documentos prehispánicos que provienen de la actual región oaxaqueña: los códices mixtecos.
Entre otras cosas, en los códices, podemos encontrar las genealogías de los gobernantes mixtecos, quienes para legitimarse relacionaban su origen genealógico con lo sagrado. En muchos pasajes, se muestra que los dioses, mediante actos sobrenaturales, facilitaban el alumbramiento sagrado de los soberanos: algunos nacían de la tierra, otros del agua o de las piedras, y otros de los cerros o los árboles.
Entonces, los gobernantes mixtecos, conocidos como Yya toniñe, tenían un origen divino o buscaban alianzas matrimoniales con estos descendientes para legitimar sus gobiernos. Pero el origen sagrado no era suficiente. En diferentes códices, se retratan escenas donde los Yya toniñe realizaban rituales que justificaba su poder ante sus deidades: ayunaban, practicaban autosacrificios y se entregaban ofrendas. En estas últimas, se quemaba copal, se ofrecía pulque y sacrificio en lugares sagrados. Estos actos religiosos estaban acompañados de insignias especiales que reconocían su estatus: bultos sagrados, bastones de mando y asientos de poder.
Los bultos sagrados están representados como pequeños envoltorios que seguramente guardaban imágenes o símbolos importantes para el pueblo. Por su parte, los bastones de poder eran varas ceremoniales que denotaba la unión del gobernante con el mundo de los dioses.
En la mayoría de las representaciones de la elite indígena dirigente, se muestran los asientos o tronos. Las insignias de poder se otorgaban tras una larga carrera política, militar y religiosa, reconociendo los liderazgos de sus gobernantes. Al mismo tiempo, estos eventos estaban ligados a rituales y ceremonias que articulaban la vida de los pueblos.
Entre humo de copal: rituales de entronación mexicas
Los mexicas —esa población que ocupó el Valle de México y que durante su fase más sólida sometió a muchos pueblos de la región— tenían un gobierno conformado por grandes alianzas con otros pueblos de los cuales tenemos información gracias a los cronistas españoles.
Al principal representante mexica le nombraban Huēi Tlahtoāni: huēi, que significa “grande, largo, alto”, y Tlahtoāni, “gobernante u orador”. Por lo tanto, el Huey Tlatoani era el “gran gobernante, gran orador”. Este ocupaba el máximo cargo de la estricta jerarquía política. El papel de soberano, en Tenochtitlán, sólo podía ser ocupado por los descendientes del primer tlatoani: Acamapichtli.
¿Quién de sus descendientes tenía derecho de ocuparlo? A la muerte de un tlatoani, se reunía un concejo de nobles quienes elegían a su sucesor. Aquel que era elegido Huey Tlatoani debía tener ya una carrera política consolidada, que iniciaba con una estricta educación militar y religiosa desde pequeños.
La ceremonia, donde el nuevo soberano tomaría el poder estaba llena de simbolismos y misticismo. El tlatoani, luego de cuatro días de ayuno y penitencia (ofreciendo su sangre a las principales deidades), se presentaba en el templo de Hutzilopochtli —dios guerrero y deidad principal de los mexicas— y en medio de humo de copales, se le pintaba el cuerpo y se le colocaban ropajes e insignias de guerra.
Posteriormente, comenzaba un largo discurso para mostrar su manejo de la oratoria. Su nombramiento sólo se consumaba después de iniciar su primera batalla, en ella obtendría el alimento para los dioses: corazones de los cautivos de guerra.
Así, los objetos, la preparación, los rituales y los mitos aseguraban que la población y la élite apoyarían sus mandatos, pero, sobre todo, estos elementos se enmarcaban en la cosmovisión pretérita, que articulaba el orden y vida cotidiana de las personas de entonces.
Por Betsabé Piña Morales
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