La ficción de las palabras
“La palabra es la inexistencia manifiesta de aquello que designa”: Michel Foucault
La palabra es parte de un conjunto grande de términos que, juntos, conforman el vocabulario de un idioma. Este vocabulario tiene un orden habitual de acomodarse, así como referentes que son parte del significado social que se le da a cada término. Para comunicarnos, utilizamos el lenguaje, en la mayoría de las ocasiones empleamos el lenguaje oral para transmitirle al otro qué es lo que vemos, lo que sentimos y lo que pensamos. Utilizamos todos los sentidos y todos los panoramas posibles para lograr comunicarnos, pero ¿en verdad las palabras son el espejo de la realidad?
Hay algunos que dicen que las palabras le dan color al mundo, mas las palabras no son como tal algo que podamos percibir más allá de su sonido y su representación gráfica. Cuando alguien emite “pared” uno no siente la textura de una pared por sólo escuchar ese concepto, sino que lo asocia con una vivencia pasada que ya no está en un presente lleno de fugacidad. Las palabras, así, no contienen la sensación propia de manera momentánea, sino que son un referente abstracto para comunicarnos de manera sencilla. Si todos fuéramos como Funes (personaje de Jorge Luis Borges que adjudicaba un nombre exacto a todo lo que observaba) romperíamos todo intento de diálogo con otro individuo.
Si las palabras son una abstracción o generalidad de las cosas que conocemos, entonces éstas no son exactas sino que proporcionan solamente una cercanía a la estandarización de lo que percibimos en el mundo y, por lo tanto, la palabra sería una ficción. De manera equivalente, podemos observar el ejemplo de la literatura que se basa en la realidad. Esta literatura, por más que se intente equiparar al mundo que vivimos, siempre será catalogada como ficción. Asimismo sucede con lo que es enunciado a través de un tipo de lenguaje o por medio de la lengua misma: se enuncia lo que se ve o lo que se siente y, en ese intervalo, hay un trecho que separa de forma inevitable lo que es realmente esa realidad o lo que puede ser representado por medio de palabras.
Al decir “te amo” estoy ficcionalizando una realidad que puedo aprehender por medio de uno o más sentidos humanos y que, al traslaparlo y restringirlo a la oralidad o escritura, carece de todos los componentes naturales y sensitivos que tenía en su estado original.
Se ha dicho en muchos momentos de la historia que “cada cabeza es un mundo”, por lo que todos experimentamos la existencia de manera única. La realidad se encuentra en el sentido inmanente que te acerca a ésta. La lengua trata de reflejar, proliferar y compartir dicha realidad a un público que, de forma posible, la ha experimentado de manera parecida alguna vez en su vida o que, en otras ocasiones escasas, no ha podido vivirla; pero que por medio del lenguaje puede identificar ese elemento o entorno señalado. El experimentante lo aprecia y lo comunica porque lo ha advertido, el que no lo ha experimentado entiende el referente, pero no de manera completa.
Mi realidad de amor y tu realidad de amor pueden ser bien distintas o parecidas; sin embargo, es un hecho que no puede ser comprobado, puesto que al desplazar el sentimiento a un lenguaje implica una pérdida de componentes elementales que sólo se experimentan en el sentido en el que se viven, todo lo demás que implique palabras es simple conceptualización para compartir al otro eso que nos conmovió de manera genuina o que nos arruinó el día en la oficina. La realidad no está en las palabras, está en el mundo en el que respiramos, en el que subsistimos y en el que nos desdoblamos hasta abarcar muchos años. Las palabras son la presunción, la vanagloria de compartirle a una persona externa a nosotros eso que nos hace sentir un algo y que tal vez él aún no han podido palpar.
Por Michelle Chiw
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