El albur: un análisis con perspectiva de género
Si yo iniciara este texto con un albur, muchos se reirían, algunos tendrían la respuesta para contrarrestar mis palabras, alguien se ofendería y algunos no entenderían por qué la risa o la molestia, pero no se quedaría en una frase redactada de manera extraña.
A todos los mexicanos nos es familiar el albur, desde los más conocidos y típicos hasta los que sólo los expertos pueden dominar, pero ¿qué es el albur y qué papel juega en nuestro lenguaje y cultura?
El albur: su origen y definición
¿De dónde viene el albur?
Hay varias teorías sobre el origen del albur, aunque no hay ninguna definitiva. Se cree que nació en las minas y pulquerías de Pachuca, Hidalgo, durante el Virreinato, pero también era una práctica común entre los obreros mexicas. Por lo tanto, no se sabe si era una costumbre previa a la Corona Española o se creó con la entrada del español y las costumbres hispánicas.
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Por otro lado, hay quienes afirman que el albur es la mezcla entre la literatura erótica europea y los desafíos verbales propios de las fiestas de las culturas originarias latinoamericanas. Sea cual sea su origen, el albur es parte del folklore por su construcción lingüística, que sólo se conoce en nuestro país y refleja la idiosincrasia de los mexicanos.
¿De qué está hecho un albur y dónde se encuentra?
Básicamente, es un duelo de palabras de doble sentido con alusiones sexuales (genitales, fálicas y anales). La académica Helena Beristáin asegura que es una expresión cultural del español mexicano tan importante que ha permeado diferentes estratos sociales e, incluso, se ha registrado en expresiones literarias, como la canción popular, el teatro de parodia política y la novela.
Salvador Novo, poeta y dramaturgo mexicano, entiende el albur como una expresión popular, libre de clases sociales, que “tiende a romper la solemnidad de una conversación y conducirla a la alegría de la vida”. Por otro lado, Lourdes Ruiz Baltazar, reina del albur, afirma que el albur es pura diversión, sin ofensas, ni peladeces, sólo un juego que tiene su máxima tradición en la picardía mexicana e implica la construcción de “una frase provocadora disfrazada de expresión inocente”.
El albur desde la sociología y la filosofía
El albur, desde un análisis interpretativo, demuestra que la esencia del habla depende de la ocasión y la motivación, porque ningún enunciado posee simplemente un sentido unívoco en su estructura lingüística y lógica, sino que aparece motivado por la circunstancia y la intención. Es decir, alguien habla porque tiene una intención, un mensaje, un contexto y alguien a quien hablarle.
Esto se refiere a que hay un encubrimiento latente en el habla que no es simplemente la afirmación de algo falso, sino de algo oculto; la comprensión del carácter falaz del lenguaje en cuanto que responde a la verdadera intención del hablante. Productos de este juego sutil para ocultar lo que en verdad se quiere decir son la antanaclasis, el calambur, las greguerías y, por supuesto, los albures. Decir algo que no es lo que se está diciendo y se debe interpretar, un “decir sin decir”.
En México, existen teóricos sobre el albur que concuerdan en dos cosas: 1) que el albur funciona como una contienda para hacer perder al oponente; y 2) que es un espacio intermedio entre el decir directo y el decir indirecto en relación con la sexualidad.
El sexo real y el sexo alburero: perspectiva de género
En este sentido, la relación sexual que representa el albur, dice el filósofo Samuel Ramos: “revela una obsesión fálica nacida para considerar el órgano sexual masculino como símbolo de la fuerza masculina […] para afirmar su superioridad (sobre el contrincante)”. Es decir, en el albur el pene funge como arma de combate y espada del macho alfa.
No es casualidad que, en una cultura machista, misógina y falocentrista como la mexicana, nazca un juego lingüístico imaginario que consiste en penetrar (simbólicamente) al contrincante, suponiendo que el penetrado pasivo es derrotado por violación.
Lo interesante del albur es que, a pesar de ser sexual, jamás habla de placer, sólo de dominación. Más aún, plantea al acto sexual como un acto de ruptura, sin consentimiento y a la fuerza, que no se disfruta, sino que se padece; el perdedor no goza, sufre humillado, vencido y lastimado por el ganador. El problema es que, en el inconsciente social, se representa al sexo como un acto de poder, no de placer, ni mucho menos de amor. El perdedor es lingüísticamente violado en sus cavidades como si fuera una mujer.
De esta manera, podríamos apreciar mejor lo que ocurre con el albur de la mano de Marcela Largade al respecto de la violación:
Entre las formas de violencia erótica, la violación es el hecho supremo de la cultura patriarcal: la reiteración de la supremacía masculina y el ejercicio del derecho de posesión y uso de la mujer como objeto del placer y la destrucción, y de la afirmación del otro.
Aunque el albur generalmente se considera humor inocente, la meta es establecer una hombría dominante, igual como en la violación física que describe Lagarde.
La función humorística del albur
Aunado a lo anterior, lo que se considera la función humorística del albur viene acompañada de machismo. Así es como las autoras Susana Lerner e Ivonne Szasz aseveran que la hilaridad viene de la insinuación de la feminización del perdedor: tratarlo como a una mujer es el peor de los castigos, las vejaciones y humillaciones que se pueden padecer.
Por eso, explica Octavio Paz, el homosexual es la más baja de las representaciones para el macho, pues se feminiza por gusto, renegando de su supuesta superioridad; sin embargo, en el albur, “el homosexualismo masculino es tolerado, a condición de que se trate de una violación del agente pasivo”.
¿Alburear o no alburear?
Si retomamos la idea de Lourdes Ruiz de que el albur es pura diversión y que ella misma es la prueba de que no se quedó en uso exclusivo del macho mexicano (pues, en sus palabras, “nosotras tenemos 10 dedos para usar” y ella misma se atoró a un montón de hombres al ser la campeona del albur, hasta su muerte, en 2019), no tomarnos tan en serio sus connotaciones sexistas y homófobas.
Por otro lado, recordemos que el albur es una tradicional y folklórica muestra de inteligencia y agilidad mental, por lo que podríamos defender hasta su enseñanza; sin embargo, no podemos pasar por alto las implicaciones misóginas y de arraigado machismo que tiene reír y festejar una violación públicamente, aunque sea “de broma”. Considerando todo lo anterior, el análisis es el mismo que se hace sobre el humor, ¿cuál es el límite? ¿Qué queremos enseñar a las generaciones que siguen? ¿Qué clase de primer acercamiento a la educación sexual estamos construyendo como sociedad?
Por Andrea Morán
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Continuando con el tema, tengo dos opiniones, una corta y una larga.
la corta: muy interesante, al grano, muestra los diferentes puntos de vista para que cada lector pueda tener una postura informada frente al tema.