¿Por qué separar la obra del autor? O ¿por qué no hacerlo?
¿Alguna vez has escuchado la expresión: “Tenemos que separar al autor de su obra”? Sea cual sea la respuesta, está claro que hoy en día, más específicamente en asuntos que involucran a los artistas, existe una disputa sobre si debemos señalar moralmente a los artistas con todo y sus obras o si éstas son independientes de quien las compone y que, por lo tanto, podemos seguir disfrutándolas.
Pensemos en Doja Cat, ¿debemos juzgarla hasta el punto en el que sus canciones sean canceladas o podemos disfrutar de su música a pesar de su polémica con los paraguayos?
El origen de la separación obra/autor
Hemos dicho que esta disputa o, si se quiere, dilema, tiene vigencia hasta nuestros días. Pero ¿de dónde surge la propuesta de la separación de las obras y los autores como seres independientes? Uno de los principales representantes de esta idea fue el teórico literario y filósofo francés Roland Barthes, quien a esta propuesta teórica la denomina la muerte del autor.
Esta teoría nace como respuesta a lo que Barthes —entre otros— llaman el “imperio del autor”, el cual se levanta a partir de la Modernidad por causa del empoderamiento y la dignidad de los autores. (Algo así como cuando tu madre o padre tienen autoridad sobre ti, una de sus obras).
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Probablemente no exista ningún inconveniente en darle al artista su lugar dentro de su propia creación. Sin embargo, el problema que sale a la luz es que este lugar privilegiado entorpece la interpretación de las obras, ya que nos llegan sesgadas o prejuiciadas por los nombres de quienes las componen.
¿El autor tiene tanto control sobre su obra o tengo libertad para juzgarla?
Por algo los denominados clásicos de la literatura tienen un gran renombre que se respalda por quienes los escribieron, ya sea Homero, Cervantes o Shakespeare. Hoy en día podríamos decir que se ve reflejado en los nombres como el de Bad Bunny en la música, o el de Hidetaka Miyasaki en los videojuegos (porque como hemos visto, el dilema autor/obra excede a los textos y llega hasta otros ámbitos). “Claro, esto lo hizo mi autor favorito, por lo tanto, es perfecto”, o “Ay, no, esta canción la canta BTS, es una basura”. Son éstas las actitudes que más o menos denuncia la teoría de la muerte del autor.
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Otro que también dio pinceladas de esta idea fue el filósofo francés Paul Ricoeur. Para él, el acto de la lectura no es, como suele pensarse, un diálogo entre el autor y el lector (o el músico y quien escucha, o el desarrollador del videojuego y el jugador), sino que, en realidad este diálogo se da exclusivamente entre la obra y quien la tiene en sus manos.
El autor desaparece, nunca se encuentra presente en la lectura, la escucha o la jugabilidad, es como si muriese. “Me gusta decir a veces que leer un libro es considerar a su autor como ya muerto y al libro como póstumo”, nos dice Ricoeur en su ensayo ¿Qué es un texto? Entonces vemos que la actitud de separar a la obra y al autor tiene como finalidad establecer las condiciones favorables para que exista una mejor interpretación y comprensión de las obras.
Ahora consideremos esta propuesta: nace con la intención de eliminar los posibles prejuicios en el ejercicio interpretativo y promueve, además, valorar las obras por más allá de los puros nombres de los autores. Por otro lado, interfieren otros factores que no se consideran, como nuestros sistemas morales y éticos (son éstos los que hacen que prevalezca la disputa de separar a la obra del autor), así como también el asunto del consumo.
Pensemos: cada vez que reproducimos en Spotify a Kanye West, a Doja Cat o Panic! At the Disco no solamente estamos en contacto con una obra susceptible de ser interpretada y comprendida, sino que también estamos consumiendo un producto que genera ganancias para quien las produce.
El lado que asumimos frente a la obra y al autor
¿Entonces, es favorable o no separar a la obra del autor? Podemos dejar esta respuesta a la contextualidad y al siempre confiable “depende de para qué”. Este problema no tiene una respuesta inmediata, pero favorece a la reflexión el conocer más o menos de dónde proviene la propuesta y para qué fue usada. Ahora depende de cada uno, a partir de las herramientas que existen, intentar dar una respuesta que satisfaga a quien piensa en este problema y no solamente asumir que sí, es necesario separar a la obra del autor o, que no, no es posible hacer tal división.
Por Roberto Martínez
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