¿Que volvía locos a los sombrereros? La sustancia de la locura
Todos conocemos al Sombrerero de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Y, un poco menos, a los sombrereros que se encargan de amoldar y confeccionar nuevos aditamentos para nuestra cabeza. Pero la referencia, a lo largo de los años, se mantiene. Principalmente porque el Sombrerero está loco, y no es casualidad, ya que en la época de Carroll los sombrereros caían en la locura por su profesión.
Los sombrereros antes de Lewis Carroll
Antes de la publicación de al historia de Lewis Carroll en 1865, ya se hacía referencia a la locura de los sombrereros. La más antigua que se ha encontrado aparece en la revista Blackwood’s Edinburgh Magazine, enero-junio de 1829.
Nos vienen entonces las preguntas: ¿a los locos se les hacía trabajar como sombrereros? No, a las personas que perdían la razón no se les hacía trabajar, sino que era frecuente que se les encerrara y vivieran en condiciones verdaderamente terroríficas. Entonces, ¿los sombrereros se volvían locos? ¿Por qué?
La respuesta puede encontrarse hasta 1893, año en que se publicaron investigaciones médicas relacionadas con una sustancia que los sombrereros de los siglos XVIII y XIX utilizaban: el nitrato de mercurio.
El causante de la locura de los sombrereros: nitrato de mercurio
Dicha sustancia se utilizaba para transformar el pelo de los conejos en fieltro útil para elaborar sombreros. Evidentemente, las costumbres de la época, y el conocimiento poco claro de la toxicidad del nitrato de mercurio, no implicaban tener normas de seguridad en el trabajo. Los sombrereros estaban expuestos de manera continua a la aspiración de vapores y al contacto con las manos de la sustancia tóxica.
Las investigaciones médicas de 1893 señalaron que la incorporación al organismo de mínimas, pero constantes cantidades de algunos compuestos del mercurio, ya sea por inhalación o por absorción a través de la piel, generan un padecimiento al que se le llamó mercurialismo o hidrargirismo.
El mercurialismo
En este padecimiento, las primeras etapas se caracterizan por finos temblores de las manos –temblores conocidos como “sacudidas del sombrero”–. Si se mantiene la exposición, los temblores se hacen más amplios, el lenguaje se vuelve titubeante y aparece confusión y dificultad en la pronunciación. Más tarde, aparece la pérdida de la capacidad de comprensión y razonamiento y, por lo tanto, aparece un discurso incoherente en el intoxicado.
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Aunque en la obra de Lewis Carroll no se menciona que el Sombrerero tenga temblores en las manos o titubeos al hablar, sí aparecen con precisión los demás síntomas.
¡A cuidar a los sombrereros!
Estudios científicos posteriores dieron lugar a que en 1898 se aprobara, en Francia, una legislación para proteger a los fabricantes de sombreros de los riesgos por exposición al mercurio. Éste es uno de primeros casos donde se reconocieron los riesgos de la salud debido a un tipo de trabajo y la necesaria protección legal de los trabajadores.
Desde entonces y, poco a poco, en muchos otros países, se han estado reconociendo los riesgos que muchos trabajos generan en la salud y se crean leyes, normas y técnicas que reducen notablemente esos riesgos.
Una consecuencia directa de este caso de sustancia tóxica considerada como riesgo laboral es la eliminación del mercurio o sus compuestos en muchos productos, procesos y su sustitución por otros compuestos no tóxicos. El ejemplo más cercano al público y fácilmente reconocible es la venta cada vez menor de termómetros de mercurio y la presencia en el mercado de muchos modelos de termómetros infrarrojos que suplen a los primeros.
Posiblemente, al ver de nuevo alguna adaptación de Alicia en el país de las maravillas, o al leer la historia, no veamos al Sombrerero con misma gracia con que lo vimos alguna vez. Pero puede ser interesante que nos promueva una reflexión sobre lo incomprensibles que hemos sido ante quienes han perdido la razón, sobre la vulnerabilidad que tenemos en nuestros trabajos o en nuestro ambiente sin saberlo y las medidas que debemos tomar para comprender mejor un mundo en el que parece que, como dijo el gato de Cheshire del cuento de L. Carroll, todos estamos locos.
Por Gabriel Calderón
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